Caminando por ninguna
parte… Ayer tarde.
A solas, con montañas de
recuerdos
Que pugnaban por escapar
del cerebro
Casi enloquecido de este
pobre viejo…
Sin asomo de perdón ni
lugar que me resguarde.
Caminando como digo sin tener donde llegar…
Ni lugar alguno donde ir… Con el ánimo roto.
Con la certeza de nunca
superar el intimo alboroto
Que produce en mi alma el
saber que estas detrás
De esa puerta gris que
sigue abierta en lo más hondo
De un alma, que no dejará
de amarte jamás…
¿Por qué al marcharse mi
tiempo, muchacha…
Tu, a la que tanto di… no
dejas de acosarme?
¿Por qué tu grato
recuerdo, sigue lacerando a diario mi alma…?
¿Por qué te me muestras
renuente a abandonarme…?
Yo, iluso de mi, que creía
poder llevarme la vida por delante.
Poder ponerme el mundo por
montera. Y hasta cambiarte…
Sin pensar que tras el día,
llegaría la noche y mañana
Podrías amarme como yo te
amaba, o tal vez olvidarme.
Que pudiera ser que alguna
vez, pudieras entregarte a mi
Como aquella tarde
muchacha, que en loco frenesí,
Creí tenerte de nuevo…
Iluso de mi. Pues volviste a marcharte.
Pues esa vida ingrata de
la que hablo, vino a demostrarme
Que iba en serio y tal
vez, ya era demasiado tarde
Para volver a dejar en ti
mi huella y después marcharme
Entre el dolor y el llanto…
E intentar en vano olvidarte.
Nacer, crecer, llegar,
estar… El triunfo o el fracaso.
Dejar jirones de piel en
cada encuentro fugaz que disfrutamos…
Poder disfrutar de ti como
disfruté tantos años…
Saber que se acercaba el
momento del adiós… Y negarlo.
Envejecer, morir… Eran
solo las dimensiones del teatro…
La juventud que se
marchita, el silencio tras los aplausos.
Pero ahora que no te siento como antes a mi lado…
La verdad, desnuda y
desagradable, al fin asoma:
Marchitarse, envejecer,
morir, es el argumento de la obra.
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