jueves, 14 de diciembre de 2023
Exaltación Eucarística de San Gonzalo 2023
miércoles, 10 de agosto de 2022
X
Así,
tras cuatro interminables, largos, agitados e impacientes días que, creo que
como a todos los que estábamos siendo partícipes de aquella aventura, nos
parecieron eternos y tras todo lo que he relatado anteriormente, al fin, llegó
la tan anhelada, esperada y deseada Semana Santa de 1976.
Ya
desde el viernes de dolores, junto a mi querido y recordado padre, como era
nuestra costumbre, fuimos al barrio de Nervión para ver la cofradía de la Sed,
muy diferente a la que hoy estamos acostumbrados a ver. Desde los nazarenos sin el capirote de
cartón, al recorrido hasta la antigua cárcel de ranilla o los dos pasos
totalmente distintos a los actuales, como digo, viendo la cofradía, ya no era
capaz de soportar la angustia por el terriblemente lento pasar de las horas,
las cuales, todas y cada una de ellas,
me parecían semanas… la misma inquietud e intranquilidad que sentía, me
inclinaban a pensar que el lunes Santo nunca llegaría, o que yo, víctima de un
ataque al corazón o de algo aun peor, no podría sobrevivir a la espera.
El
sábado, me pareció un mes por lo largo que se hizo y tras una noche casi sin
dormir por lo que estaba por venir, amaneció un espléndido y luminoso Domingo
de Ramos.
Nada
podía hacer presagiar que, tras aquel calurosísimo y bochornoso día de palmas y
ramos de ese año, nuestro Señor, que siempre sabe lo que hace, cuándo y por
qué, nos obsequiara con el nefasto y devastador lunes Santo que nos aguardaba a
todas las hermandades del mismo…
-Antonio,
las 7,30. Venga vamos… Al llegar a la cocina, donde me esperaban mis padres con
el café, con sus tristes, apenadas y atribuladas caras, me lo estaban diciendo
todo. Fuera, en el patio interior de mi casa de Santo Ángel, el repiqueteo de
las gotas de la fortísima lluvia, al caer sobre el tejadillo que cubría el
patio del bajo, me desvelaron la tristísima realidad. Estaba lloviendo a
mares...
Como
digo, después del maravilloso y espectacular día que disfrutamos y tras el
intenso calor que padecimos el Domingo, después de una noche casi sin poder
conciliar el sueño, entre nervios, dudas, recelos, temores, incertidumbres y,
sobre todo, ilusiones, optimismo y esperanza… Todo lo que eran en aquel tiempo
mi mundo y mi vida, como si se tratase de un castillo de naipes, se vinieron
abajo.
Ya
en la semana anterior, había acordado con mi jefe el horario de trabajo para la
Semana Santa, por lo que el lunes, martes y miércoles Santos, sólo trabajaba
hasta las 12,00. Así que desilusionado, frustrado y desengañado, además de
empapado por el desplazamiento hasta la farmacia bajo un fuerte aguacero,
llegué a la misma y me dispuse a realizar mis labores sin saber ya, a que Santo
rogar, a que Virgen rezar, o a qué Santísimo Cristo suplicar que dejara de
llover y abriera el día….
Cómo
me observaría de apesadumbrado el pobre D. Miguel, que antes de las 10 de la
mañana, me dijo en plan paternal…
-Venga
Antonio… Que seguro que solo va a llover por la mañana… Verás que tarde más
esplendida vais a disfrutar. Anda, déjalo todo recogido y vete a casa… Para
poco después añadir (como buen jefe):
-Pero,
de todas formas, si no podéis salir, te vienes a trabajar por la tarde...
Desalentado
y abatido por las circunstancias, llegué a casa, me cambié de ropa, me despedí
de mi madre y casi ahogado por el llanto y la pesadumbre, me fui para San
Gonzalo…
Ahora
lo sé y soy hasta capaz de entenderlo. Todo ocurre como, cuando y porque el
Señor lo quiere… Él, nuestro Señor y buen Padre, bienhechor y supremo hacedor
de todo cuanto acontece, siempre sabe lo que hace y el por qué. Teníamos por
delante, el reto de llevar el temible “matahombres”, el paso del Señor del
soberano Poder ante Caifás, desde la Iglesia de San Gonzalo por Virgen de la
Salud hasta San Jacinto. Después por la avenida de Santa Cecilia, San Vicente
de Paúl, Clara de Jesús Montero y Alvarado hasta Chapina. Toda la avenida del
Cristo de la Expiración, plaza de la Legión, Pedro del Toro, Bailen, Plaza del
Museo y Alfonso XII hasta la carrera Oficial… Después de salir de la Catedral,
Por la plaza, la Diputación y la muralla de los Reales Alcázares hasta la plaza
de la Contratación, donde por San Gregorio, salir a los jardines de Cristina…
Puente de San Telmo, plaza de Cuba, Calle Betis, Troya y Pureza hasta el
Altozano… San Jacinto, Virgen de la Salud y a casa de nuevo… Y no era asunto
baladí. Más no nos importaba en absoluto… Quizás, evidentemente por la
inconsciencia y temeridad de la juventud… Pero nuestro Señor, no iba a querer
que esta descomunal empresa se llevara a cabo ese día.
A
las primeras hermandades de la tarde, es decir, Santa Genoveva, La Redención y
a nosotros, nos sorprendió el aguacero durante el recorrido de ida a la
Catedral, por lo que todas tuvieron que volverse a sus templos o buscar
refugio. Las demás, decidieron no realizar estación de penitencia. Y solo salió
el Cristo de Santa Marta, a hombros de sus nazarenos en unas parihuelas
improvisadas que permitieron ver un Lunes Santo totalmente diferente a lo visto
hasta entonces…
En
su infinita misericordia, el Señor a veces, nos quita, pero no es menos cierto
que, siempre a cambio, nos ofrece la oportunidad de aprender algo para el
futuro, de suerte que, aunque a muy a pesar nuestro entonces, es a día de hoy,
cuando me encuentro en posición de afirmar que la lluvia, aquella maldita
lluvia que truncó nuestras ilusiones y sueños ese lunes Santo y que tanto nos
arrebató aquel ominoso día, no sólo impidió que pudiéramos recoger al fin, el
tan ansiado fruto a nuestro enorme esfuerzo y todo el trabajo realizado en pos
de conseguir aquel maravilloso sueño. También es más que probable, que nos
ofreciera una segunda oportunidad para conseguirlo, pues tal vez, aun no
estábamos preparados para realizar una hazaña de tamaña magnitud y concluir con
absolutas garantías de éxito, semejante gesta…
La
providencia manda y aunque con renglones torcidos, nuestro Señor siempre
escribe derecho.
Ay,
bendito Cristo del Soberano Poder… Perdóname por lo mucho que tardé en entender
y comprender al fin Tus designios… Ahora, después de tantos años, aun duele en
lo más profundo del alma y los recuerdos… Pero el bálsamo que suponen la
distancia en el tiempo, el largo recorrido existencial por tantas experiencias
vividas y el poder interpretar Tu voluntad, nos hacen, o al menos a mí me
sirve, para ver las cosas de manera muy distinta, a la de aquel aciago día en
el que tantas ilusiones se rompieron, tantos sueños y esperanzas se quebraron,
y tantas lágrimas de dolor e impotencia se vertieron sobre el suelo de la
iglesia de San Gonzalo y de la iglesia de la O más tarde…
Cuando
poco a poco, fuimos llegando al almacén, después de unos tristes, pesarosos y
apesadumbrados saludos y con el ánimo por los suelos, nos fuimos todos juntos a
almorzar, pues nuestro capataz, que había pensado en todas las eventualidades,
menos en la lluvia por lo visto, lo tenía preparado todo.
Pocas
veces he visto a tanta gente joven, ante un suculento y gratuito banquete,
estar más tristes que nosotros aquel mediodía en el July…
Nuestro
Juan, nos tenía dispuesta una nutritiva y apetitosa comida para todos los
costaleros y al equipo de capataces en aquel famoso por entonces bar y
restaurante, frente a los almacenes Gicos Europrix de San Jacinto. Allí, junto
a la antigua cochera de los tranvías, comimos, (es un decir), pues mientras
tanto fuera, no dejaba de llover… Recuerdo que Juan, aunque serio y
cariacontecido, era el que mejor lo estaba llevando.
Así
que entre silencios y muy, pero que muy pocas bromas, transcurrió aquel
almuerzo, triste almuerzo, pues la verdad es que el tiempo no parecía que fuera
a darnos tregua.
Terminado
el mismo, al salir del lugar y mirar hacia arriba, observé ese insano y nefando
color gris panza de burra, que tanto nos fastidia y acongoja a los cofrades por
semana Santa, aunque es cierto que al menos, había dejado de llover.
Vana
ilusión, pues mientras igualábamos en la puerta del almacén, volvió a llover,
esta vez de forma menos insidiosa, pero, al fin y al cabo, estaba lloviendo.
El
camino hasta la iglesia, con una fina lluvia que, con el mal cuerpo que
llevábamos todos, e incluso frío, nos calaba hasta los huesos. Que largos y
pesarosos se nos hicieron aquellos escasos trescientos metros…
Ya
dentro de la iglesia, nos ubicamos junto a los pasos… Tensa y angustiosa fue la
espera hasta que el reloj marcó la hora señalada para efectuar la salida… Y
allí, todos dentro de la iglesia, los costaleros, nuestro equipo de capataces,
el cuerpo completo de nazarenos, acólitos, servidores… Aguardamos pacientemente
las palabras de nuestro hermano mayor que, augurábamos descorazonadoras y
sombrías. Todos con la cara que puedan imaginar y el ánimo por los suelos…
A
la hora de la salida, se pidió una prórroga de una hora, mientras fuera, seguía
lloviendo… Así que se decidió por parte de la Junta de Gobierno que, en caso de
salir, se modificaría el recorrido de ida por san Jacinto hasta el Altozano y
después por San Jorge, Callao y Castilla, desembocar en Chapina que era un
recorrido en el que se tardaría menos tiempo, para recuperar en parte el
horario… Y me imagino que la Junta, con buen criterio, nos daba a la cofradía
la oportunidad de algún refugio para un más que posible “por si acaso”.
Como
si fuera un milagro, ese prodigio que todos esperamos cuando llega la hora de
salir y está lloviendo, porque así lo quiso nuestro Señor, ocurrió… La tarde se
aclaró y hasta por las vidrieras que dan al costado de la iglesia, entró el
sol.
Siempre
recordaré el rugido de entusiasmo que, al unísono de todos los presentes en
aquel histórico momento, se escuchó en la iglesia al comunicarnos, el bueno de
Antonio Garduño, que nos íbamos a la calle.
Tras
el cerrojazo y la apertura de la puerta, la Cruz de guía con buen paso y los
tramos del paso de nuestro Señor, salieron en poco menos de 10 minutos y
nosotros bajo el paso, para después de la mejor arenga que he escuchado de un
capataz en mi vida, a la voz de nuestro Juan que en gloria esté, darle una
levantá al paso, que tardo en caer sobre nuestros hombros una eternidad. Lágrimas
de emoción, calor, frío, nervios de punta, miedos, ganas, deseos, empeños,
pasiones desbordadas… Aún se me eriza el cabello y hasta me ahogo por la suma
de emociones del momento.
Ya
enfrentados al cancel y a la temida puerta, con el paso abajo, tres sonoros y
secos martillazos… Nueva arenga de nuestro capataz, Un “tos por igual… A esta
es” que jamás olvidaré en mi vida, otro martillazo y al cielo con el Soberano
Poder.
Venga,
vámonos de frente mis taquitos de jamón… Venga de frente valientes… Bueno… Pararse
ahí… ¿Están los zancos fuera…? Ea, pues que sea como Él quiera… Vámonos los dos
costeros por parejo a tierra… Más a tierra… Más a tierra la delantera… Más a
tierra… Más a tierra…
¡¡¡
Bueno!!!...
Venga
de frente los tíos valientes…
Ni
fuera, ni bajo el paso se escuchó más ninguna voz… Sólo la entrecortada y
agitada respiración de aquellos “niños de San Gonzalo” que, con un poderío, que
incluso a día de hoy, me sigue pareciendo insultante, consiguieron una proeza
antes nunca realizada.
Treinta
y dos largos, rápidos y agónicos pasos sobre el suelo del cancel y la tablazón
que salvaba por entonces el escalón de la puerta…
Arriba
con Él… Un seco y sonoro martillazo… Y se abrieron de par en par, las puertas
de la gloria costalera y de la historia de la semana Santa de Sevilla, para
aquella mítica cuadrilla de niños hombres y hombres niños comandada por D. Juan
Vizcaya Vargas que, por fin, pudo sacar a Su bendito Cristo del Soberano Poder
a la calle.
Como
el día de la mudá, todo salió perfecto. El himno nacional, la marcha y vámonos
para Sevilla… Poca gente, a decir verdad, había entonces por las calles del
barrio. No fue hasta varios años después, cuando nuestra queridísima hermandad,
comenzó a poseer la fama y el relieve del que goza a día de hoy. Pero eso es
otra historia…
Con
los corazones a mil por hora, cada chicotá nos parecía corta, siempre queríamos
más y más… El paso, parecía que no pesaba y se dejaba hacer lo que quisiéramos
y pudiéramos en cada momento… Hasta llegar poco más o menos al Altozano… Todo
lo demás que pasó, es bien conocido por la historia.
Al
llegar el paso de Cristo a la altura del bar los dos hermanos del final de San
Jacinto, el cielo se oscureció y una tremenda granizada nos sorprendió,
haciendo fracasar el intento de realizar nuestra estación de penitencia,
destrozando las ilusiones de nazarenos, capataces, costaleros, servidores… De
absolutamente todos.
El
paso de Cristo, mandado valientemente por nuestro capataz, en una sola chicotá
histórica y a una velocidad tan considerable como yo jamás recuerdo haber
andado bajo un paso, tanta velocidad llevábamos y con tanto ímpetu empujábamos
hacia adelante todos, que nos pasamos de la puerta de la O y tuvimos que
retroceder para cuadrar el paso ante la puerta, para sin tablazón y a base de
lo que ponen las gallinas, introducir el paso en la iglesia salvando los 3
escalones que por entonces facilitaban la entrada al templo. Una vez dentro,
entre un mar de lágrimas, empapados por el agua que se había filtrado por el
suelo del canasto, y tras varias maniobras, entre dos columnas y bajo el arco,
junto al paso de mi Jorobaito de mi alma, dejamos a nuestro Señor del Soberano
Poder, junto a nuestros sueños rotos y parte de una vida, que ya nunca sería la
misma para ninguno de los que vivimos aquel momento.
De
ahí, terriblemente deshecho por todo lo vivido, hasta mi casa donde os puedo
asegurar que hasta que el sueño me venció aquella fatídica noche, no dejé de
llorar amargamente.
Por
supuesto, yo aquella tarde, no volví a la farmacia para completar mi jornada
laboral… Pero eso es otra historia.
Continuará…
martes, 9 de agosto de 2022
Permitidme amigos míos por
un instante
Hacer honor a la memoria
redimida,
Y conceded a este pobre
viejo, ya sin lozanía
El momentáneo lapso de
razón tan confortante
Para el alma… Permitidme
la vaga sensación estimulante
De concebir el anhelo de
que sirve este relato para algo…
Y que nuestras vivencias, no
se pierden en el pasado.
Que ahora, cuando la nieve
del invierno de la vida
Campa impune por sus
sienes y derriba
todo aquello que alguna
vez, apasionado construía.
Ahora que el otoño ya
termina
su quehacer y me acerca más
y más a la ruina...
Que el olvido, a veces, me
permite alternativas
y la palabra brota de mis
labios sin provocar la risa
ajena y aun puedo
convertir el viento helado en suave brisa...
Ahora que aun atesoro tan
gratísimos recuerdos
que aun puedo compartir
contigo el sueño
de aquel niño que soñó ser
costalero
y que, para siempre, se enamoró
de aquel madero.
Ahora que me prestas un
minuto
deja hermano que te
cuente... Que te diga
todo lo que guardo en lo
más profundo
de mi corazón y que es mi
vida.
Deja que me mire en tu
mirada…
Deja que me vea en tu
reflejo…
Deja que te diga lo que
siento.
Deja hablar a este pobre
viejo
de todo aquello que su
alma guarda…
Deja que vuelva a soñar
que juntos sudamos de nuevo.
Permíteme por un breve
momento
que juntos volvemos a
sentir el mismo anhelo.
Déjame soñar que, junto a
ti, hoy vuelvo a ser costalero.
Permite que abra mi
corazón y te hable de mi amor…
Mis sueños, mi pasión, mis
desvelos...
Mi loco y desmedido amor
que descubriera aquella
tibia madrugada
Cuando me sentí por
primera vez costalero
y que desde entonces me
apasiona, me arrebata
me emociona, me convierte
en soñador y me arranca
el corazón al sentirme tan
lejos de mi amada...
lunes, 8 de agosto de 2022
IX
Tras ese brumoso velo que
producen la nostalgia y el inexorable devenir del tiempo… Es ahora, al rescatar
vivencias, momentos y recuerdos de aquella juventud, tan lejana ya en el pasado
cuando, por muy selectiva que pueda llegar a ser la memoria y al cabo de tantos
años, he llegado a comprender la más que justificada mala fama, que tenía el
paso de Cristo de nuestra hermandad de San Gonzalo, entre la gente de abajo por
aquellos entonces…
Era un paso grande, largo,
pesado y estrecho. Con canasto alto y valiente, que cimbraba de una manera tan
singular, que al menos para mí, lo hacía único. Ítem más, tras suprimirse del
mismo, los respiraderos de madera tallada y ser sustituidos por el moldurón de
Guzmán Bejarano, las miradas, al aparecer el paso tras cualquier esquina, al
instante convergían hacia arriba, donde se desarrolla la escena y está el
verdadero centro de todo el conjunto, que no es otro que la prodigiosa,
portentosa y extraordinaria imagen de nuestro bendito Cristo…
Dorado y centelleante, con
quizás el mejor “balcón” de todos los pasos de misterio de nuestra semana
Santa. Con las proporciones justas, (ocho palos), para representar, pese a las
muchas figuras que componen el mismo, el momento más importante de toda la
pasión, cuando nuestro Señor Jesucristo, responde a la pregunta del sumo
sacerdote Caifás: “YO SOY” afirmando Su divinidad… Donde la imagen venerada de
nuestro Señor, destacaba y resplandecía en toda Su majestad… Si ya de por sí,
con aquel dorado San Luis de fondos rojizos y aquel sorprendente conjunto de
candelabros, durante el día, era una verdadera e innegable preciosidad, por las
noches, refulgía de manera rutilante como ningún otro, a la luz de esos
candelabros únicos e inimitables que, en su sobremesa y a lo largo de todo el
perímetro de aquel sinuoso y portentoso canasto, lo iluminaban como a ninguno,
ni en Sevilla ni en cualquier otro sitio del mundo…
Pero ay, por el contrario,
para los costaleros, era un canalla de muchísimo cuidado. Las características
del paso, unido a la dificultad extrema que, tanto a la salida como la entrada
presentaban la puerta y el cancel por sus reducidísimas dimensiones y las
muchas horas que duraba la estación de penitencia, lo hacían temible para las
cuadrillas de costaleros asalariados… El que sacaba San Gonzalo, iba ya tocado
el resto de la semana.
Si bien es cierto que,
tras las modificaciones y reformas realizadas en el paso, quedó algo más
liviano en cuanto al peso, no lo es menos que nosotros, con la absoluta
temeridad y desvergüenza que, desde el primer minuto, lo trabajábamos, lo
teníamos a menos, lo subestimábamos y tuteábamos, (con lo que esas
imprevisibles eventualidades suponen y que son bien conocidas para todo aquel
que haya vivido el privilegio de ponerse un costal en la cabeza, una faja en la
cintura y se haya metido bajo un paso), hacían que para nosotros, también se
convirtiera en un auténtico y despiadado canalla…
A veces, las menos, el muy
bribón y taimado paso, te confiaba y te permitía andarle, mecerlo y poderle sin
ambages… Otras en cambio, puede que, por el transcurso de las horas, el
dilatado e inacabable recorrido y el que, como ya dije antes, desde el primer
minuto, le perdíamos total y absolutamente el respeto, parecía que se convertía
en plomo y te enterraba contra el suelo de manera que te minaba la moral y el
entusiasmo, hasta quitarte las ganas y la afición por el costal…
Así que, entre largos,
tediosos, agotadores y a veces, hasta agónicos entrenamientos, transcurrieron
aquellos meses hasta que, por fin, llegamos a la prueba real… Si amigos míos,
por entonces, quizás para autoconvencerse tanto las Juntas de Gobierno como los
mismos capataces de que aquellos “niños” y no tan “niños”, iban a poder llevar
y traer de manera digna, los pasos durante la estación de penitencia, casi
todas las hermandades, realizaban pruebas reales…
Esas pruebas reales,
consistían en imitar en lo más parecido, el recorrido de la cofradía durante su
estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral… Y que se efectuaban
llevando los pasos hasta la misma, por el mismo o parecido recorrido de ida y
vuelta que en el día grande…
Como anécdota, recuerdo
que cuando aquel día, llegamos a la calle Sierpes, el paso no cupo por la
estrechez de la calle y porque los letreros luminosos de las tiendas de la
misma, aún se encontraban desplegados, pues aún faltaba bastante para la semana
grande. Así que media vuelta y por Tetuán y la Avenida, hasta Correos… La
vuelta, por el puente de San Telmo y por República Argentina hasta López de
Gomara… Y ya por la avenida de Coria, cuando creíamos que todo estaba por
acabar y que nos íbamos a desayunar a la Estrellita… Al parecer de nuestro
capataz, aún no era bastante y nos dimos una vuelta por el barrio… Hasta que,
por fin, creo que convencidos nuestro Juan, y la Junta de Gobierno, lo metimos
en casa…
Una prueba real que
resultó durísima, si, que duda cabe, pero que satisfizo en tan gran manera
tanto a nuestro capataz, a su segundo, a esa junta de gobierno de buenas y
valientes personas que todo lo habían apostado por nosotros y a todos los que
nos acompañaron durante la misma, que aquel día, al llegar casi de mañana al
almacén, todo eran parabienes, alegría y
creo que casi nadie, ni ellos ni nosotros, a pesar del cansancio y la fatiga,
cabía en sí de gozo y satisfacción… Algo impensable a día de hoy. Otros
tiempos. Ni mejores ni peores… Otros tiempos.
Tras aquella prueba real,
los dos últimos entrenamientos… Y a finales de la Cuaresma de 1976, realizamos
la mudá del paso Cristo de la hermandad de la Estrella, el afamado y temible
“zapatero” que estaba por aquel entonces en un almacén de la calle Condes de
Bustillo… Tras una dificultosa salida a tierra… (Siempre a tierra…) con el
romano acostao en lo alto del canasto, Te acuerdas Cucu?... Lo llevamos hasta
la iglesia de San Jacinto, donde hasta ese mismo año 1976 radicó la hermandad
en dos largas y poderosas chicotás… Una vez en la Iglesia y para nuestra mayor
fortuna, de cuarta para atrás, le hicimos el retranqueo al paso de María
Santísima de la Estrella… Experiencias únicas e irrepetibles que se quedan para
los afortunados que disfrutamos el privilegio de hacerlas.
Por fin, llegó el tan
esperado y anhelado día de la mudá… El paso de la Santísima Virgen de la Salud,
estaba puesto a horcajadas entre la puerta del almacén y el paso de nuestro
Señor, entre el suelo y la rampa de acceso al mismo, con los zancos traseros
recogidos y en el suelo, a la altura de la zambrana, sobre las ruedas que
facilitaban la salida y entrada del paso palio y con los zancos delanteros en
posición normal de marcha. Todo el paso montado a excepción de la Santísima
Virgen… De cuarta para atrás lo sacamos del almacén y por el recorrido más
corto, a nuestra iglesia de San Gonzalo, donde de rodillas y por primera vez en
la historia de la hermandad, metimos el paso… Una vez en su sitio, volvimos al
almacén y con la ilusión desbordada, los corazones que no nos cabían en el
pecho y creyéndonos que podíamos con todo, nos fuimos para la iglesia… Pueden
creerme amigos míos, cuando les cuento esto, que aquella cuadrilla tenía el “a
tierra” tan entrenado e interiorizado, que cuando llegamos a la puerta, después
de hacer bastante más de media calle Virgen de la Salud, precisamente “a
tierra” para calentar y llegó el tan temido momento por todos nosotros y por
algunos de los que estaban fuera observando el momento, (entre los que se
encontraba mi llorado, queridísimo, admirado y recordado padre), de meter el
paso en la Iglesia. Ahora, sin falsas modestias, puedo asegurar, sin temor a
equivocarme, que aquello que por entonces parecía tan impensable, tan
imposible… Meter aquel durísimo y enorme paso por la estrechez y la
reducidísima altura de la puerta de nuestra iglesia “a tierra”, ante la
incredulidad de todo aquel que aún dudaba de la increíble pericia de Juan
Vizcaya y del insultante poderío de la cuadrilla, fue como la seda… Ni el más
mínimo roce, ni el menor problema… Parecía que toda la vida habíamos estado
haciendo aquello… Él, nuestro bendito Cristo del Soberano Poder, siempre nos ha
mirado con ojos de misericordia…
Ya con el paso puesto en
el lugar previsto para la celebración de cultos y preparación de la cofradía…
Nos retiramos cada uno a donde mejor le pareció… Unos, creo que los más, a
cualquiera de los bares cercanos a celebrarlo, otros, con sus novias o a sus
casas… Pero todos, absolutamente todos, con la certeza de que podíamos hacer
cuanto nos propusiéramos…
Siempre recordaré como uno
de los momentos más felices de mi vida, la satisfacción en la cara de mi padre,
la incredulidad por lo que había vivido aquella noche en primera persona y el
más absoluto convencimiento de que podríamos lograr nuestro propósito.
Aquella noche, más de uno,
durmió como un angelito… Entre ellos, yo.
Continuará...
VIII
Antes de proseguir con el
relato, creo que no sería justo por mi parte el no abrir el pecho para dar las
gracias… Si amigos. Nunca me cansaré de dar infinitas gracias a todas aquellas
personas que, con su fe ciega en nuestro Juan, y con su cariño y comprensión a
todos aquellos que escuchamos la llamada de nuestro bendito Señor del Soberano
Poder para formar aquella cuadrilla de mis sueños, nos ayudaron a conseguirlo…
Aún hoy, no acierto a
imaginar cuantos esfuerzos, cuantos desvelos, debates, discusiones y malos
ratos, cuantos sacrificios tanto a nivel económico, como afectivo, como de
absoluta índole personal, hicieron para hacer posible que se realizara
semejante gesta… A todos ellos desde aquí, sigo dando las gracias por confiar
en nosotros, apenas unos muchachos y apoyar aquella utópica aspiración de formar
una cuadrilla de costaleros para nuestro Señor… A esos hombres y mujeres, que
amorosa y desinteresadamente, de una u otra forma, ayudaron a que se llevara a
buen puerto la empresa o que se privaban de horas de descanso y de sueño, para
que no nos faltara el bocadillo en aquellas madrugadas eternas cuando, al
llegar a Correos en algún entrenamiento o en la prueba real, a las tantas de la
noche, deteníamos unos momentos la agotadora marcha, para un fugaz descanso y
tras el tentempié, continuar nuestro camino en pos de la gloria costalera…
Imposible se me hace el
poder mencionarlos a todos y a todas… Pero para el recuerdo emocionado,
mencionar a la esposa de nuestro Juan y a tantas otras como no soy a estas
alturas de mi vida, capaz de poner nombre… Ni tan siquiera cara… Como olvidar
los desvelos de nuestro hermano mayor, D. Antonio Garduño Navas… Gran artífice,
no solo por su cargo, de que se llevara a cabo esta descomunal empresa… En su
mandato, se concibió la hechura de nuestro bendito Cristo… Ya sólo por eso,
debería pasar a la historia de nuestra hermandad y de Sevilla, por ser el
instrumento del que la Providencia se sirvió, para conseguir traer a nuestra
ciudad, para todos nosotros y para las generaciones venideras, la prodigiosa y
portentosa efigie del Hijo de Dios que, desde Su llegada a nuestra Iglesia de
san Gonzalo, tanto amamos, admiramos y veneramos…
Desde el primer momento
confió plenamente en el proyecto. Apoyó incondicionalmente las iniciativas y
las remodelaciones que se efectuaron en el paso y siempre nos acompañó en cada
uno de los entrenamientos… Como olvidar el derroche de amor paternal que
nuestro Emilio Cano Carbonero, derramaba en el trato con “sus niños” de San
Gonzalo… Nunca nos faltó al llegar al almacén el bocadillo, o las perolas de papas
con huevo… O los guisos con los que nos deleitaba alguna vez, estoy seguro que
hasta pagados de su bolsillo… Un bolsillo como todos los de entonces… Todo,
absolutamente todo, les parecía poco para aquella muchachada que se dejaba la
piel en cada entrenamiento en pos de conseguir el tan anhelado sueño… Aquel
hombre, de aspecto bonachón, al que siempre recordaré con el mayor de los
afectos, con su simpatía y su ternura… Sentado en el fondo de la oficina de
aquel almacén de mis mejores y más gratos recuerdos…
Como olvidar a Eustaquio o
a Cerezal… Y a tantos como en las buenas y en las malas, siempre estuvieron a
nuestro lado para arroparnos y envolvernos con su cariño, su consideración y su
respeto a lo que estábamos intentando conseguir…
Que eran otros tiempos
como ya he dicho en varias ocasiones… Pues sí. Que, como también he repetido y
repetiré hasta la saciedad, las circunstancias de toda índole eran otras, pues
también. Pero de lo que estoy completamente seguro a día de hoy, es que las
muchas carencias y privaciones que se manifestaron en aquellos días, las faltas
e inconvenientes que surgieron, todos los impedimentos y contrariedades, todos
los problemas y trabas que afloraron para derrotar a aquellos bravos y
temerarios soñadores, se vencieron con AMOR y HUMILDAD… Con FE, con CASTA… Con
CORAZON, ENTREGA, CORAJE… Con SANGRE, con SUDOR y con muchas LAGRIMAS… Y con un
VALOR que rayaba casi en la temeridad… Nada nos arredró ni acobardó en ningún
momento, ni a los unos ni a los otros.
De la mano, cada uno y cada una de los que contribuyo a la consecución
de este maravilloso sueño, caminamos por un sendero que, tras muchos esfuerzos
y sacrificios por parte de todos y todas, nos condujo a la gloria de la
hermandad que hoy conocemos…
No perdamos esos valores
hermanos… AMOR, AMOR y AMOR… HUMILDAD, HUMILDAD y HUMILDAD… CARIDAD, CARIDAD y
CARIDAD…
Esas consignas, estoy
convencido absolutamente, son las que nos han traído hasta donde estamos… De
caber toda la cofradía en seis folios mal colgados en aquella ajada y vetusta
puerta de madera gris, en la que cabía toda la cofradía por entonces, de sobrar
espacio en nuestra Iglesia para los pasos, los nazarenos y los servidores de la
misma el Lunes Santo… De ser sólo unos pocos los que veían el discurrir de la
cofradía de ida y de vuelta por las calles de nuestra ciudad… De ver a nuestro
Padre Soberano y a nuestra Madre de la Salud regresar solos hasta Su casa…
A la bendita marea blanca
en que se convierte Triana cuando va a la Santa Iglesia Catedral el mejor lunes
del año y la muchedumbre que se arremolina en torno a nuestra hermandad desde
que se pone la Cruz de guía en la puerta hasta que, triunfalmente y loor de
multitudes, termina nuestra estación de penitencia ya en la madrugada del
Martes Santo, sólo ha pasado poco menos de medio siglo… Cincuenta años en los
que muchos hombres y mujeres han llegado, han estado, muchos siguen, otros se
han marchado… Muchos otros y otras ya nos esperan en la casa del Padre… Esto es
la vida… Esto es la Hermandad… Pero Ellos, nuestro Señor y Su bendita Madre
permanecen… Nos ha sido confiado por un tiempo un maravilloso legado…
Conservémoslo, ampliémoslo, enriquezcámoslo y transmitámoslo a las futuras
generaciones de hermanos que ya vienen empujando… AMOR, HUMILDAD y CARIDAD
hermanos, y no lo olvidemos nunca… Desde el cielo, los que ya partieron, nos
están mirando… Seamos dignos de su memoria.
Va por todos ellos… Un
beso emocionado al cielo.
Continuará...
Ay muchacha de mis amores
primeros...
Sólo necesité un segundo
para sentir
Que eras algo especial
para mí.
Un segundo que ya se
pierde en el recuerdo.
Una hora muchacha, me
bastó para saber
Que ya por siempre te
amaría... Sólo un día
Para saber que jamás te
olvidaría...
Un día muchacha, que se
pierde en el ayer.
Una sola palabra: Adiós...
Para herirme en mis adentros
La tarde de un martes que
llaman Santo...
Adiós amor... Y a soñar
con un reencuentro
Que ya jamás consentirías
a pesar de mi llanto...
Toda una juventud, para
disfrutarte...
Toda una madurez, para
amarte...
Un segundo para
convencerme de un disparate...
Y después, toda una vejez
para intentar olvidarte...
O una muerte para soñar
que sueño... Para soñarte...
martes, 2 de agosto de 2022
VII
La
imagen que ilustra este capítulo, pertenece a los entrenamientos previstos para
la cuadrilla del año 1978. En aquel final del año 1975 y hasta la Semana santa
de 1976, sin poder precisar el número exacto de los mismos, os puedo garantizar
que fueron bastantes más…
Tras
lo anteriormente expuesto, llega quizás para mí lo más difícil… Cómo poner en
pie todo lo acontecido desde mi llegada a la Avenida de Coria, todo lo que pasó
en esos meses y como fue aquel lunes Santo de 1976…
Miro
hacia atrás y observo al muchacho que, con la ilusión desbordada, los pulsos
acelerados, con el ánimo siempre presto, con las prisas por ver a su amada,
disfrutar de su cálido contacto… Dedicarle el más procaz de los requiebros y
rendido a sus encantos, ofrecerle lo mejor que tenía… Y aún a día de hoy, me
sigo reconociendo. Sigo prendado y enamorado de mi muchacha como el primer día…
Pero eso es otra historia.
Como
digo, algunos de nosotros quizás, con más miedo que vergüenza, allí estábamos…
Romu,
la Pipi, Rafael Oliver, Adolfo, Manolo González, el Ferre, Manolito Alonso,
Antonio Gómez Hurtado, Julio, Roberto, Braga, Rodrigo, Santa Cruz, Urbano, José
Luis Cano, Pedro Olivares, Juan José Pozuelo Costales, José Antonio Troya,
Antonio María y Mateo Domingo González Gago , Manolo Puelles, Emilio Cano
Rueda, Antonio Alonso, Félix, Luis Vázquez, Pepe Santos, Manuel Pelegrina, José
Antonio Contreras, Manuel Díaz, El pollero, Márquez, Claudio Espejo, El Sema,
Pepe Montero, Javier de la Rosa, Sánchez, Tomás Llanos, Pepe Barragán,
Panchito, Fernando García Carreras, Piña, Antonio Flores, Manolo Orellana,
Arenal, Cobo, Juan Galera, Antonio Garduño, Manuel Vázquez Castillo, Carlos
Carnelero, Pacheco, El Limón, Pepe Arroyo, Pedro, Carlos Rodríguez, Carrillo,
Pepe Caro, Manolo y Juani Ríos, Miguel Ángel Galindo, Joaquín de la Chica,
Caireles, Mario Álvarez Franco, Manolo Cubero y puede que la memoria me
traicione pero creo que un par de hombres más había… Y un servidor. Todos, a
las órdenes de Nuestro recordado Juan Vizcaya, que como segundo llevaba a Pepe
Suarez Prieto y como ayudante a Manolo Garduño. Las contraguías eran Manuel Ríos
y Antonio Mateo… como aguador, teníamos a nuestro Antonio Halcón…
Estos,
amigos míos, eran los mimbres con los que D. Juan Vizcaya Vargas tejió el
cesto… Estos, la urdimbre y la trama… Los hombres y niños hombres a los que
nuestro Santísimo Cristo del Soberano Poder llamó para que disfrutaran de aquel
inmenso privilegio… Estos, los niños hombres y los hombres, que aceptaron Su
llamada y con enormes fatiguitas y tal vez quizás, demasiado esfuerzo, fueron
reclamados para con orgullo, casta, deseos de aprender el mejor oficio del
mundo, ganas de ser los mejores, corazón y coraje desmesurados, convertirse en
Sus pies aquel Lunes Santo… Estos fueron los costaleros con los que contó
nuestro querido Juan para obrar el milagro… Esta era toda la tropa… Y créanme
cuando les digo que, si esto pasa a día de hoy, no nos dejan ni acercarnos al
paso…
Eran
otras las circunstancias, eran otros tiempos es cierto. Pero no lo es menos que
la necesidad, aunada con el sueño de Juan y la enorme y colosal valentía de
aquella Junta de gobierno, provocaron que, por primera vez, un paso de los
duros y difíciles, con un recorrido que asustaba sólo de pensarlo y con muy,
pero que muy mala fama entre los costaleros asalariados, se pusiera en la calle
sin el aval y la garantía tranquilizadora, que pudiera significar el llevar una
cuadrilla profesional detrás, para un más que posible “por si acaso…”
Los
entrenamientos… Que puedo decir de los entrenamientos de aquel año… Al
principio, con el paso tan bajísimo, los problemas enunciados en algún capitulo
anterior, todos los contratiempos imaginables… La bisoñez de la reducida tropa
costalera… Pues bien, a pesar de todos los inconvenientes, cada miércoles y/o
sábado… Por la entrega de aquellos locos, por los acertados mandos, por el
acertado igualo, por la insistencia y la perseverancia, por el esfuerzo
denodado de la cuadrilla y por la fe de nuestro Juan, amén de por los cambios y
modificaciones que se iban realizando al paso… Cada vez a mejor… Todo el primer
afán de nuestro capataz era andar… Andar y andar… Entrenamientos interminables…
Horas y horas de machacar el andar y andar… Pues a fe que lo conseguimos…
Entrenamientos
durísimos en los que nuestro capataz, tal vez para convencerse a él mismo y
para que nosotros fuéramos también conscientes de que podíamos con todo,
siempre nos ponía al límite… Largos y penosísimos entrenamientos por las horas
y los kilos… Infinitas levantás y arrias para aprender a hacerlas como él
quería… Kilómetros y kilómetros en largas y afanosas chicotás que no acababan
nunca… Y un cubo lleno de rodajas de limón para mitigar la sed…
Para
entrenar la puerta, cientos y cientos de metros, me atrevería a decir que
kilómetros con el paso a tierra, en cualquier calle, cualquier avenida o incluso
sobre el mismo terreno…Y venga a andar… Puente de la Avenida de Coria arriba,
muro de defensa… A veces hasta el fielato. Vuelta por lo que hoy es Blas
Infante, República Argentina, Sánchez Arjona al barrio Voluntad o a San
Jacinto… Cientos de vueltas por Triana… Veces de con poco más de veinticinco
hombres bajo el paso, llevarnos al infierno… Y a veces a la gloria… Y para
postre, cuando llegábamos al barrio… Ay aquel barrio de calles con corrientes
terroríficas, vamos otra vez con el paso a tierra que “la puerta es complicá…”
Inasequibles al desaliento, tanto el capataz como la cuadrilla, a entrenar y
entrenar… A aprender a sufrir… A aprender a ser todos una piña de amigos… A
aprender a querernos como hermanos… A aprender a amar el oficio y a crecernos
ante las adversidades, los problemas y las circunstancias…
Con
nuestro Juan, llegamos a entrenar en bañador… Si amigos. En bañador… Con frío,
con calor, daba igual… Y en medio de todo esto, comenzó a inculcarnos la idea
del “Izquierdo por delante” que soñó para su Cristo del soberano Poder y que, a
su vez, tanto significó para nuestra cuadrilla y para las formas y modos de
llevar un paso de misterio que, en adelante, casi todas las cuadrillas de
aficionados quisieron poner en práctica. De las formas y maneras de inculcar la
férrea disciplina bajo las trabajaderas de Juan Vizcaya Vargas, baste decir que
uno de nuestros mayores miedos bajo el
paso, no era precisamente que alguno se lastimara, que también… Nuestro mayor temor
consistía en saber que nuestro capataz, lo mismo se metía debajo del paso para
corregir cualquier cosa, que `para echar una bronca, que, marineando por el
hueco del canasto, cuando menos te lo esperabas, te daba un toque en la cabeza
para que te pusieras derecho, o te advertía de que, de seguir con cualquier
actitud dudosa, no ibas a venir más…
Así
se forjó la cuadrilla de San Gonzalo… Trabajo duro, aprendizaje por lo que
ponen las gallinas, entrenamientos interminables y agotadores, matauras de
escándalo… Pero, con una ilusión como yo no he visto nunca…
Poco
a poco, la hazaña que estaban consiguiendo Juan, la cuadrilla y la hermandad de
San Gonzalo, comenzó a generar interés entre la gente del mundillo cofrade de
entonces y a propagarse boca a boca por Triana y por Sevilla. Y también por
entonces, comenzaron a venir a vernos algunos capataces y costaleros de la
época… Unos venían por curiosidad, otros quizás por incomprensión, lo cierto es
que este asunto generó debates y controversias, sabiendo como sabemos que aquí,
en esta tierra donde tanto cuesta reconocer el éxito ajeno, cualquier innovación
cuesta tanto de asimilar. Pero Juan y los “niños de San Gonzalo”, contra viento
y marea, siguieron adelante.
Después,
con el paso de los años, es cuando llegas a la conclusión de que nuestro Juan
no quería hacernos costaleros… Juan Vizcaya nos convirtió en Titanes.
Niños
hombres y hombres niños que llegaron a creerse que querer es poder… Que no hay
triunfo sin esfuerzo y que no hay nada que, con determinación, disciplina,
coraje y ganas de triunfar pueda hacer fracasar cuantas empresas se abracen con
entusiasmo…
Añadir
la anécdota de que, cuando cualquiera de los componentes de la cuadrilla se
intentaba meter en otra, a la pregunta obligada de
-
Niño… ¿Tú estás
en alguna otra cuadrilla?
Que
habitualmente te hacía el capataz o listero de turno, ante la respuesta de “yo
soy de San Gonzalo” … Directamente te ponía en el costero y/o en su caso, te
ponía de patero...
Cosas
de aquellos años.
VI
Y
no amigos… No me había olvidado. Todo lo escrito anteriormente carecería de
sentido, al menos para mí, sin la razón de todos los por qué. Joven como era
por entonces, con menos tornillos que un globo y con muy distintas aspiraciones
espirituales que, afortunadamente en mi caso, se van adquiriendo a lo largo de
la vida, a mi lo que me empujaba a responder a la llamada de la avenida de
Coria era el poder seguir aprendiendo el oficio y algún día, poder llegar a
convertirme en costalero, (cosa por otro lado que nunca conseguí, pues a pesar
de llevarme más de cuarenta años intentando llegar a ser costalero, he llegado
a la conclusión de que, hasta el último día en que lo intenté, siempre me quedó
por aprender algo… Así que me quedé sólo en eterno aprendiz del oficio más
hermoso que el ser humano ha llegado a desarrollar). Pero no… Él me tenía reservada
la quizás, más asombrosa, fascinante, sorpresiva e inesperada experiencia de mi
vida.
Yo
no sabía de Su existencia. Sólo recordaba la anterior imagen de Castillo, tan
parecida a otras y como expliqué al comienzo de mi relato, tenía depositada mi
fe en mi “Cabezón” de San Bernardo… ¿Te acuerdas Santi…?
Me
reitero en la afirmación de que todo, absolutamente todo, era muy diferente… Y
no fue sino hasta el domingo de aquella semana en la que había llegado a l
barrio León, cundo por primera vez entré en la Iglesia.
La
puerta, aquella puerta que para mí ya siempre sería la frontera del territorio
donde me aguardaban mis mejores sueños, era otra…
El
suelo… Aquel suelo en el que, por tan distintos motivos, tantas veces
humedecería con mis lágrimas de dolor, alegría, de tristeza o de emoción…
También era otro.
Excepto
el altar mayor, que sigue estando donde estaba, todo lo demás era distinto.
Nuestros amados titulares, estaban colocados a la izquierda, en un altar
neogótico, que desgraciadamente se perdió en el incendio que sufrió la iglesia
parroquial de San Gonzalo el viernes Santo de 1977…
Todo
era absolutamente distinto a como es hoy. Todo menos Él.
Por
más que lo intentara o las buscara, creo sinceramente que no existen palabras
para describir lo que sentí la primera vez que pude mirarlo frente a frente. Porque
me entró calor y me entró frio… Se me erizó hasta el último de los cabellos… En
dos palabras: Me destrozó. Me destrozó por dentro y por fuera… Me elevó hasta
el cielo y me descendió hasta los infiernos. Todo… Todo lo que un ser humano
puede llegar a sentir en una vida, Él me lo hizo sentir en aquel instante. Toda
La Palabra de Dios nuestro Señor en un corto susurro… Todo el Amor de
Jesucristo nuestro Señor, en un abrazo… Toda su infinita dulzura y toda Su
Misericordia, en una sola mirada… Y como si fuera ayer mismo, recuerdo que solo
acerté a decirle: “SI… TU ERES…”
Soberano
de mi vida… Sé que no merezco
Tan
siquiera una palabra de Tus labios…
Mírame
Señor aquí… A Tus benditos pies postrado
Esperando
la sentencia, aunque no sea merecedor
De
la respuesta a este corazón desgarrado…
De
repente todo a mi alrededor,
Se
transforma en paz y sosiego…
Noto
como Tu palabra penetra en mi interior…
Tu
dulcísima mirada que me atraviesa
Y
que poco a poco, muy despacio, eleva
Mi
alma hacia Tu altura, dando respuesta
A
la plegaria que desde el fondo de mi corazón
Desesperado,
todas mis dudas contesta…
No
amigos míos… Nunca podré olvidar aquel breve instante en que por vez primera vez,
todo estuvo absolutamente claro para mí.
Desde
aquel momento, Ya mi vida nunca volvió a ser la misma… Y todo mi afán se
convirtió no en sacar el paso… Sino en poder llevar a mi bendito Cristo de
Soberano Poder a todo aquel al que le hiciera falta… El bendito Cristo que me
ha sacado de tantos infiernos cotidianos y me ha llevado tantas veces hasta las
mismas puertas de la gloria… El que me aprieta, pero no me ahoga… El que me da
la paz y la Esperanza… El que me proporciona un trabajo digno y me hace intentar
ser mejor persona cada día… El que me ayuda a levantarme cuando caigo.
Imagen
cierta del Dios del Amor, el perdón y la Misericordia en el que creo… El que me
escucha y me responde a diario hasta en lo más pequeño… El que me guía y el que
me protege… El que me regaló a mis padres, a mi esposa, a mis hijas y a mis
hermanos… El que me regala cada mañana un nuevo día para poder bendecirlo y
adorarlo… Al que le doy gracias todos los días por tanto como me dá… Y al que
también le pido perdón todos los días por tan poco como le ofrezco a cambio…
Si
amigos míos… Ya no me importó nunca tener que esperar todo un año para poder
sacarlo de paseo. Ya no me importó nunca más la leña que me diera o me dejara
de dar la corría. Desde entonces, solo he intentado servirle como mejor he
podido y he sabido. Las personas pasan, las épocas pasan… Los hermanos mayores
y las Juntas de gobierno pasan… Todos llegamos y nos vamos… Pero Él permanece.
Él
me mostró que el Amor está en el cómo y en el por qué… Que esta en el abrazo
del amigo… Que está en ayudar al compañero, en respetar a los demás y en que no
hagamos a los demás lo que no queramos que nos hagan a nosotros…
Desde
aquel instante, soy y seré peregrino en esta vida hasta que por fin me llame a
Su lado… Creo en Él… Espero en Él y definitivamente, soy de ÉL.
Todo
el Amor de aquel costalero niño,
Vuelve
algún día al corazón de un costalero viejo.
Cuando
llega el crepúsculo al espejo
Y
se hace espina, lo que una vez fue armiño.
Si
me destiñe el tiempo, yo destiño
Las
sombras al final de este cortejo,
Y
en la memoria de Tu imagen, me dejo
Todos
mis miedos y todo mi cariño.
Ay
Soberano Señor, qué poco falta
para
la meta… ¿Por qué está tan alta,
Si
yo no voy sin Ti a ninguna parte…
Ve
mi Señor Tú por delante, que así no me engaño.
Qué
cerquita estoy de ti, Señor…Más cada año.
Qué
poco falta Señor, para alcanzarte.
¿Que
por qué Soy de San Gonzalo…?
Creo
sinceramente que ya he contestado.
V
D.
Juan Vizcaya Vargas…
Mi
añorado, siempre recordado, respetado y admirado Juan…
Capataz
eterno de esa parihuela que tenemos esperando en la nube 14 y en la que ya nos
esperan para la igualá definitiva tantos buenos hombres… Mi Capataz.
Sé
que, para hablar de nuestro Juan, debería intentar ser objetivo, pero no puedo…
Ni puedo ni tampoco quiero. Del mismo modo, por el tiempo transcurrido, alguien
puede pensar que, debido a la enorme distancia temporal en la que me
desenvuelvo para desempolvar recuerdos, puedo tender a ponderar en exceso e
incluso a mitificar las muchas cualidades y virtudes que adornaban a este
hombre… O llevarme incluso a agigantar su figura y su legado.
Así
mismo, puedo obviar o pasar por alto hasta sin ser mi intención, loa
imperfecciones y defectos que pudieran ensombrecer su para mí, gratísima
memoria…Pero es que me veo en la obligación de hablar tanto del mito como del
hombre.
Juan
Vizcaya Vargas fue un personaje extraordinario. Alguien adelantado a su tiempo
y con un valor y una osadía inauditos. Educado y cortés en las formas, pero con
un carácter indescriptible…Un hombre excepcional que desprendía un aura de
incontestabilidad suprema, con un carisma tan enorme y con una confianza en sí
mismo tan infrecuente, singular e inimitable como no he conocido a nadie jamás…
Con
una mirada que traspasaba el plomo… Con un brío y con unas ganas que te
contagiaba de cualquier barbaridad que se le ocurriese y encima, a lo largo del
poco tiempo que tuve la inmensa fortuna de poder disfrutarlo, era bueno de
caerse. Un hombre que siempre fue de frente y que siempre ayudó a cuantos se
acercaron a él requiriendo su favor…
Con
unos cojones como dos bombonas de butano y con una visión de futuro
privilegiada, Con un poder de convicción descomunal, una capacidad de liderazgo
que rayaba en lo imposible y una fe en lo que hacía y como lo hacía, que le
facilitaba en grado sumo conseguir cuanto intentaba… Y una capacidad de
comunicar tal, como a día de hoy no he vuelto a conocer en nadie… Tal era el carisma de este hombre, que puedo
asegurar que sin hablar más de diez palabras con él aquella noche, me hizo suyo
para siempre…
A
nivel profesional, en su tiempo, no tuvo rival. Premios a su labor de carácter
nacional e internacional, reconocimientos de las navieras y, por ende, un nivel
de cartera que, para todos nosotros, se escapaba a la comprensión.…
No
amigos… Yo no pertenecí a la mítica cuadrilla que creó para llevar a la
Santísima Virgen de la Salud, para ir a ver a la Abuela de nuestro Señor a la
catedral de Triana el 19 de octubre de 1974. No tuve esa suerte.
Hacía
pocos meses que ya había realizado la proeza de, con muchachos casi todos sin
apuntar la barba, llevar por las calles a nuestra Madre… Llevándola y
trayéndola en triunfal procesión…
No
lo puedo asegurar, pero imagino que después de semejante hazaña, se creyó capaz
de hacer lo mismo con la cofradía… Y a fe mía que lo consiguió… De hecho, su
pretensión era sacar todas las cofradías de Triana. Y sinceramente pienso y
creo que, sin lugar a dudas, lo habría conseguido, pues con la seguridad y la
fe que tenía en sí mismo y con la capacidad de convencer que tenía, podría
haber logrado cuanto se hubiera propuesto.
He
dicho visión de futuro y he dicho bien, pues de lo primero que se encargó, fue
de volver a remodelar el paso…
El
paso de nuestro Señor del Soberano Poder era, literalmente un canalla con toda
la cuerda dá… Un paso bajísimo, que había sido ya remodelado por el penitente
hacía unos años para añadirle una trabajadera, pasando de siete a ocho. El
trabajo en la primera y en los costeros era insufrible pues la mesa no te
dejaba poner la cabeza derecha por la poca distancia que había entre el trabajo
y la misma, aparte que el que tenía la desgracia de caer bajo el candelabro de
sobremesa, tenía el perno y la tuerca… Todo el altar del que disponen nuestros
amantísimos titulares en la parroquia, son parte de los respiraderos que tenía
el paso. Y si hablamos de lo que era la salida y la entrada, por las
reducidísimas dimensiones tanto de la puerta como del cancel, obligaba a sacar
los pasos de la iglesia con ruedas… Si a todo esto se le sumaba que por las
obras que se estaban realizando en el puente de Triana, el recorrido de la
cofradía era aún mucho mayor que el actual y la escasez de hombres para portar
el paso… Sólo podía hacer pensar a todo el mundo que jamás lo conseguiría…Pero
de D. Juan Vizcaya Vargas se sabía que era capaz de lograr cualquier cosa con
sólo su inclinación más, ¿que lograría conseguir si además se empeñaba en
algo…?
Tras
comprobar durante varios entrenamientos que debido a lo bajo del paso y a las
nuevas alturas de los hombres de que disponía, las cosas podrían no salir como
él pensaba y deseaba, lo primero que hizo fue suplementar las patas del paso
para lograr que tanto la arriá como la levantá fueran infinitamente menos
fatigosas, arduas y laboriosas para la cuadrilla… ¿Te acuerdas Cucu?
Tras
esos mismos entrenamientos, suplementó las trabajaderas para evitar que la
cabeza de los costaleros llegara a percutir con la mesa del paso…
Las
cartelas del canasto de nuestro paso eran enormes, poco estéticas y con un peso
desmesurado, por lo que se cambiaron por unas de Guzmán Bejarano mucho más
livianas y acordes con las líneas sinuosas del canasto, que embellecieron aún
más si cabe el conjunto.
Y
ya, por último, cambió los respiraderos de madera dorada por el moldurón de
Guzmán Bejarano, se cambiaron las maniguetas y se pusieron unos originalísimos
respiraderos de maya… Todas estas modificaciones realizadas en el paso,
provocaron que en la primera levantá que le dimos al mismo el primer día sin
respiraderos y con todo lo expuesto anteriormente, casi embarcáramos el paso en
el techo del almacén… ¿Te acuerdas Pepe Montero?
Y
todo esto, con los escasos recursos económicos de la hermandad y los medios
técnicos de entonces, lo hizo en menos de un año… Entre la semana Santa de 1975
y la de 1976…
Como
capataz, lo recuerdo muy competente, perfectamente capacitado y conocedor de
los entresijos del mundo de abajo. Autodidacta y muy correcto en cuanto a la
igualá. A nivel técnico, poco que decir, nunca le dio un golpe al paso, que
entiendo que es para lo que está un capataz por fuera, pues siempre he pensado
que la labor de un capataz cuando manda a sus costaleros desde fuera, es
precisamente esa. Todo lo demás, hay que haberlo hecho antes y hay que llegar
al día grande con los deberes hechos y sólo para disfrutar y recoger el fruto
del trabajo realizado… Duro y exigente con el trabajo, no. Lo siguiente. Con un
valor que rozaba la temeridad, le quitó las ruedas al paso y a base de entrenar
el cuerpo a tierra un millón de veces, consiguió demostrar que, con casta, con
lo que los hombres tenemos tres cuartas más debajo de donde se anuda la
corbata, saber hacer y perfección en el trabajo, nuestro Señor podía salir a la
calle solo con su pericia y maestría, el excepcional trabajo de sus costaleros,
los mandos justos y precisos y con la solemnidad que se merecía…
Tuvo
claro desde el primer momento que, la primera era la Pipi y que la última era
Pacheco para conseguir la medida justa de aquel izquierdo por delante que soñó
para su Bendito Cristo…
Podría
estar hablando de Juan días enteros, pero creo sinceramente que, con lo dicho,
basta por hoy. Lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Poco
más voy a añadir… Alguien tan absolutamente singular, especial, único e
irrepetible como jamás he vuelto a conocer en mi vida. Y que con él, se rompió
el molde.
Pero
llegó el nefasto día 14 del mes de noviembre de 1976 y nuestro bendito Señor
del Soberano Poder y Su amantísima Madre de la Salud
lo
llamaron para tenerlo a Su lado. Ese día se fue al cielo el hombre, sí. Pero
también nació la leyenda… Y que fue tal la conmoción y el impacto que el
conocerlo y disfrutarlo, produjeron en lo que entonces, eran mi presente y mi
futuro, que puedo asegurar que literalmente, me he quedado huérfano dos veces…
El día que murió mi padre y el día que murió Juan Vizcaya…
Solo
me resta reconocer que, junto con mi padre, me hicieron ser tal como soy. Me
inculcaron a fuego para siempre que querer es poder… Que la recompensa llega
tras el esfuerzo y que, para ser buen costalero, antes y, en primer lugar, hay
que ser buen hombre… Con todo lo que eso
conlleva.
A
día de hoy, le sigo agradeciendo todo lo mucho y bueno que me aportó en todos
los niveles de la existencia y dando infinitas gracias a nuestro Señor y a Su
bendita Madre por haberlo cruzado en mi camino.
IV
Como
quiera que los designios de mi Señor son inescrutables, tras una hilarante
conversación al terminar un entrenamiento en la O, en la que nuestro Francisco
Gómez Reyes, (La pipi) y nuestro José Manuel Pacheco, (el compadre), junto con
varios miembros de la cuadrilla de nuestro Jorobaito… Chusco, el chili y varios
correligionarios más, quedamos para ir aquel bendito miércoles a la avenida de
Coria a las 21,00 horas, todos nos propusimos acudir a la cita para intentar
formar parte de aquello que a todas luces, parecía una locura…
Ajeno
como estaba a lo que me quedaba por venir, debo decir que más que deseo, en
este caso fue curiosidad, así que aquel miércoles, tras terminar mi jornada
laboral y volver a mi casa, recogí los bártulos y al ver mi padre que lo que
cogía era el costal y preguntarme que donde iba, al responderle yo que, a San
Gonzalo, medio en serio medio en broma, mi padre con cara de sorna, le dijo a
mi madre que preparara una muda, (calzoncillos), para cuando volviera… Y ya un
poco más en serio, me advirtió que aquello no era ningún juego y que el paso
era de los de tener cuidado… Así que quizá algo compungido y afligido por aquel
comentario, dirigí mis pasos hacia la cita que cambiaría mi vida ya para
siempre.
Debo
confesar que con un poco más de miedo que vergüenza, me vi andando por Virgen
de Aguas Santas hacia República Argentina y derechito por López de Gomara para
al llegar a la esquina de San Jacinto, enfilar la avenida de Coria.
Allí,
tras el vetusto y ajado portalón de madera gris, que destacaba entre la ruina y
los desconchones de las paredes del viejo convento, al traspasar la pequeña
puerta que daba acceso al almacén, me encontré de frente con la realidad de la
hermandad por aquel entonces. La rampa de cemento que daba acceso al fondo de
la nave, telarañas en el techo que hubiesen pasado por sabanas de matrimonio,
una variopinta amalgama de enseres procesionales poco o nada cuidados, una
especie de ropero sin puertas donde estaban las bolsas de las túnicas de la
hermandad…
Al
fondo, a la derecha estaba desmontada la parihuela del palio y todo el fondo de
la izquierda, estaba ocupado por aquella mole oscura que, tapada por un enorme
paño, intuí que era el paso de cristo de San Gonzalo. Bajo el paso, todo un
sinfín de cajas, dos barreños de cinc, bolsas, etc… Todo ello mal iluminado por
la escasa luz de la que disponía el almacén… Más o menos igual que todos los
almacenes de pasos que conocía hasta la fecha…
Para
completar el cuadro, a la derecha, según se entraba, una especie de oficina
hecha con madera y cristales a media altura que hacía las veces de oficina, de
mayordomía, secretaría, priostía… Y un señor algo mayor para mi entonces, con
aspecto apacible y bonachón, al que después llegué a querer como si fuera de mi
familia, de nombre Emilio. D. Emilio Cano Carbonero…
Una
vez me presenté, al preguntarle por la cuadrilla de costaleros y el capataz, me
informó que estaban en la Plaza… Y hacia allí dirigí mis pasos…
Para
mi sorpresa, Juan no había llegado aún, (siempre ha sido una de las virtudes de
la cuadrilla de San Gonzalo…La puntualidad), y el resto de la “cuadrilla”, por
definirla de alguna manera, le daba patadas a una naranja en aquella nuestra
querida plaza, en homologo simulacro de partido de futbol…
He
entrecomillado la palabra cuadrilla por varias razones… Quizás, en primer lugar,
por la sorpresa que me causó la edad de los componentes, más o menos la mía. Y
aunque en los pinitos que yo había realizado como aprendiz de costalero, éramos
pocos lo jóvenes y muchos los mayores, allí era todo lo contrario. En segundo lugar, porque un paso como aquel,
que ya había reventado a más de una cuadrilla de las de leyenda, (le apodaban
el matahombres…), incluso a día de hoy, sigo creyendo sinceramente que para los
que estábamos en la plaza, era mucha carne para tan poco guiso y sigo creyendo
a día de hoy, que también me impresionó el hecho de que fuéramos tan pocos
efectivos y tan escasa la tropa, pero en fin…
Así
podría seguir hasta mañana, dando razones para salir corriendo de allí, sin
volver la cara siquiera, pero no, yo quizás porque Él siempre me ha puesto
donde más me convenía, me quedé con aquel grupo…
A
la esquina llegó corriendo un chaval, lamento no recordar el nombre, que nos avisó
que Juan había llegado y todos nos dirigimos al almacén.
Y
al llegar al almacén de San Gonzalo, nos esperaba Juan Vizcaya.
III
Como
digo, ya por esos días, había conocido a la que para siempre sería el gran amor
de mi vida. Esa muchacha a la que bastó mucho menos de lo que dura un instante
para hacerme enteramente suyo para siempre…
Ya
había hecho yo mis pinitos bajo los faldones y no dudaba en acudir donde fuera,
para incluso sin cobrar y sabiendo que otro, sin trabajar, se ganaba la exigua
soldada que el capataz de tal o cual cofradía de penitencia o de gloria,
tuviera a bien estipular, y así poder estar, aunque solo fuera un segundo con
mi amada muchacha… Esa por la que perdí y sigo a día de hoy perdiendo los
sentidos, la honrra, el honor y la poca cordura que mi Señor y Su bendita Madre
tuvieron a bien concederme.
Por
aquellos días ya se germinaba en diferentes puntos de nuestra Sevilla y nuestra
Triana del alma, lo que en el futuro se haría llamar el fenómeno de los mal
llamados costaleros hermanos. Entonces, solo éramos unos jóvenes medio locos que,
además, le estábamos quitando el pan a honrrados padres de familia… Desde que
Salvador Dorado Vázquez, sacara al bendito Cristo de la buena muerte de los
estudiantes con costaleros aficionados y a la Santísima Virgen de las Aguas del
Salvador, ya la suerte estaba echada.
Pues
como digo en aquellos días, yo ya formaba parte del grupo joven de la hermandad
de la O, donde además de buenísimas personas, también había costaleros
extraordinarios. Allí, a las órdenes de José Y de Rafael Ariza, entrenábamos
para sacar a nuestro Jorobaito del alma.
También
por entonces, aguardando la salida de las bellas y lozanas mozas a las que
cortejábamos en Bolsos Casal de la calle Sierpes, tuve la fortuna de entablar
amistad con mi queridísimo, respetado y admirado José Montero Pareja, (el
camello), ¿Te acuerdas Pepe?... Con el cantarito, que a la sazón trabajaba en
las oficinas de Antonio Pulpón y con Carmelo, Antonio Barrera… En fin, para que
seguir dando nombres… Todos ellos con las mismas inquietudes que el que estas
letras firma y que éramos capaces de meternos hasta debajo de los pasos de
cebra, que, por cierto, aun no estaban pintados en nuestras calles.
Tras
a dejar a nuestras doncellas a buen recaudo en sus hogares paternales a una
hora tan temprana que hoy incluso llevaría a la risa, nos reuníamos para dar
rienda suelta a nuestras conversaciones, ilusiones y proyectos, todos ellos
teniendo que ver con el mundo del costal y la trabajadera en lugares como la
taberna del carateta, (Pepe el muerto) o en lugares aun de más dudosa
reputación… Téngase en cuenta que por entonces una caña de cerveza costaba
entre 3 y 5 pesetas, un paquete de tabaco entre 5 y 10 pesetas y un tanque de
cerveza 7 pesetas… Y que por 25 o 30, te podías tomar una copa de matarratas
con Pepsi cola, (llámese ginebra Arpón Gyn o Gyn Fizz) … Así tenemos los
estómagos la mitad…
Así
que en cuanto pudimos, nos unimos al movimiento de jóvenes aficionados al
costal y comenzó la andadura por este mundillo de tantos que, como nosotros,
sentíamos que bullía por nuestras venas el deseo de ser costaleros a toda
costa…
Por
entonces, sin tanta alharaca como ahora, los entrenamientos eran siempre de
noche… Aprovechando desde que la gente terminaba de trabajar, hasta que los
cuerpos aguantaran, sin importar la hora de terminar, pues siempre he dicho que
es condición sine qua non, que para ser costalero hay que ser gente de medio
mal vivir y peor dormir…
En
esas noches de entrenamientos, como digo, tanto en el germen de la cuadrilla de
la O, como de la cuadrilla de Jesús despojado de sus vestiduras, cuando
terminábamos y como casi siempre, debido a lo tardío de la hora en que acababan
los mismos, nos tomábamos alguna que otra cerveza en algún lugar que estuviera
abierto y que, por la cercanía, casi siempre terminábamos en la Torrecilla, allí
conocí a D. Juan Vizcaya Vargas…