jueves, 14 de diciembre de 2023

Exaltación Eucarística de San Gonzalo 2023

https://www.youtube.com/live/2FL-2fGPiQ0?si=8Bc_b5Ul7oP8NlXs

miércoles, 10 de agosto de 2022

A mis hermanos de San Gonzalo... Aquella mañana, bajo el naranjo De la avenida de Coria Con la mirada y la memoria Perdidas, los ojos enturbiados Por la melancolía y el corazón Y el alma a mil por hora… Este pobre y viejo sesentón, Casi a escondidas, tras las gafas Y bajo la gorra a modo de mascara. A solas y entre una ola de recuerdos Que pugnaban por gritar en mi garganta Así, sin atreverme ni a acercarme, De lejos, miraba a los afortunados Que más pronto que tarde… Podrían vivir la gloria de estar bajo el paso. Allí, a solas, recordando aquellos días En los que después de trabajar, Más que correr, casi volaba Hasta mi barrio, hasta mi casa… Donde desde la noche pasada, Pacientemente me aguardaban El macuto y las zapatillas, Mi chaleco azul, mi faja y mi costal Y otra vez a correr… Para poder entrenar O para poder hacer la mudá. Con la cordura, entre recuerdos, casi perdida… Mis ojos se pierden en el infinito Espacio tras el portalón que atesora El sacro objeto de mi gran amor perdido… Compitiendo con el sol que llena una avenida Que el tiempo, casi se ha encargado de borrar De mi memoria y mis sentidos... Me parece que fuera ayer mismo Cuando nuestro capataz nos citaba A las nueve y media y pacientemente, Aguardaba a que fuéramos más de veinte Los que estuviéramos en Casimiro… Y así, medio poder completar la igualá… Después, tras los momentos de espera Que cada uno llevábamos a nuestra manera, Llegaba el momento de la verdad. ¡¡¡ Pacheco… ¡Que voy a llamar…!!! Un martillazo seco y el paso… A volar. Notando como cuando caía el paso Nos llevaba a la gloria de Parnaso… Como calaba en aquellos jóvenes corazones La sensación agridulce de ser niños-hombres… Cuando todos a la vez y a base de casta y de fuerza, Conseguíamos llevar casi al cielo la trabajadera. La faja en su sitio, la ropa bien puesta… La llamada del martillo, exigiendo El esfuerzo máximo a nuestra naturaleza. Descubrir entre sollozos, el disfrutar sufriendo… Que poco importaba todo, ni la hora de acabar Que mañana es jueves y hay que trabajar… Ni la hora a la que abre la estrellita, el pequeño bar Donde casi siempre acabábamos desayunando… Un café y una copa de aguardiente, bálsamo celestial Que eclipsaba el cansancio, la inquietud Y los temores, que todo lo podía nuestra juventud… Y en algo, endulzaba un poco, la lamentable realidad De ser muy pocos bajo un portentoso paso… Que, en cada entrenamiento, intentaba doblegarnos. Así nació en nuestros adentros El inenarrable sentimiento Que nos impulsaba a seguir allí abajo… Bajo el paso de nuestro Soberano… Sin relevos, una llamada tras otra… Tú, empujando mientras el paso te empotra Contra el suelo, mientras gota a gota, Con el sudor escribías la historia De una cuadrilla que siempre estará en mi memoria… Mientras para aliviar la sed, nuestro aguaor… Nuestro Juanele, con el jarrillo de lata, Cantando el ¡¡ Anda niña…!! Como el mejor tenor Las veces que se acercaba, Nos daba un poco de agua. Y así, día tras día… todas las semanas. Hoy todos aquellos costaleros, No somos más que un viejo recuerdo…. Con el alma llena de cicatrices y el cuerpo Sin aquella vitalidad que nos hacía parecer de acero. Viejos… Sí, pero con el corazón satisfecho… Y la mirada perdida en algún secreto y arcano sendero, Porque asomados a los balcones del cielo Estarán mirando todos aquellos hombres buenos, Compañeros de tardes y noches de gloria… Que contribuyeron a escribir esta historia… Y que dejaron esta vida al compás de un izquierdo eterno, Llevando por escudo su hombría de bien y un costal, Para a la voz de Su capataz, poder entrar en el cielo Sobre los pies, como lo hacen los hombres buenos. No lo olvidéis hermanos. Desde el cielo os están viendo.

 


X

 

Así, tras cuatro interminables, largos, agitados e impacientes días que, creo que como a todos los que estábamos siendo partícipes de aquella aventura, nos parecieron eternos y tras todo lo que he relatado anteriormente, al fin, llegó la tan anhelada, esperada y deseada Semana Santa de 1976.

Ya desde el viernes de dolores, junto a mi querido y recordado padre, como era nuestra costumbre, fuimos al barrio de Nervión para ver la cofradía de la Sed, muy diferente a la que hoy estamos acostumbrados a ver.  Desde los nazarenos sin el capirote de cartón, al recorrido hasta la antigua cárcel de ranilla o los dos pasos totalmente distintos a los actuales, como digo, viendo la cofradía, ya no era capaz de soportar la angustia por el terriblemente lento pasar de las horas, las cuales, todas y cada una de ellas,  me parecían semanas… la misma inquietud e intranquilidad que sentía, me inclinaban a pensar que el lunes Santo nunca llegaría, o que yo, víctima de un ataque al corazón o de algo aun peor, no podría sobrevivir a la espera.

El sábado, me pareció un mes por lo largo que se hizo y tras una noche casi sin dormir por lo que estaba por venir, amaneció un espléndido y luminoso Domingo de Ramos.

Nada podía hacer presagiar que, tras aquel calurosísimo y bochornoso día de palmas y ramos de ese año, nuestro Señor, que siempre sabe lo que hace, cuándo y por qué, nos obsequiara con el nefasto y devastador lunes Santo que nos aguardaba a todas las hermandades del mismo…

-Antonio, las 7,30. Venga vamos… Al llegar a la cocina, donde me esperaban mis padres con el café, con sus tristes, apenadas y atribuladas caras, me lo estaban diciendo todo. Fuera, en el patio interior de mi casa de Santo Ángel, el repiqueteo de las gotas de la fortísima lluvia, al caer sobre el tejadillo que cubría el patio del bajo, me desvelaron la tristísima realidad. Estaba lloviendo a mares...

Como digo, después del maravilloso y espectacular día que disfrutamos y tras el intenso calor que padecimos el Domingo, después de una noche casi sin poder conciliar el sueño, entre nervios, dudas, recelos, temores, incertidumbres y, sobre todo, ilusiones, optimismo y esperanza… Todo lo que eran en aquel tiempo mi mundo y mi vida, como si se tratase de un castillo de naipes, se vinieron abajo.

Ya en la semana anterior, había acordado con mi jefe el horario de trabajo para la Semana Santa, por lo que el lunes, martes y miércoles Santos, sólo trabajaba hasta las 12,00. Así que desilusionado, frustrado y desengañado, además de empapado por el desplazamiento hasta la farmacia bajo un fuerte aguacero, llegué a la misma y me dispuse a realizar mis labores sin saber ya, a que Santo rogar, a que Virgen rezar, o a qué Santísimo Cristo suplicar que dejara de llover y abriera el día….

Cómo me observaría de apesadumbrado el pobre D. Miguel, que antes de las 10 de la mañana, me dijo en plan paternal…

-Venga Antonio… Que seguro que solo va a llover por la mañana… Verás que tarde más esplendida vais a disfrutar. Anda, déjalo todo recogido y vete a casa… Para poco después añadir (como buen jefe):

-Pero, de todas formas, si no podéis salir, te vienes a trabajar por la tarde...

Desalentado y abatido por las circunstancias, llegué a casa, me cambié de ropa, me despedí de mi madre y casi ahogado por el llanto y la pesadumbre, me fui para San Gonzalo…

Ahora lo sé y soy hasta capaz de entenderlo. Todo ocurre como, cuando y porque el Señor lo quiere… Él, nuestro Señor y buen Padre, bienhechor y supremo hacedor de todo cuanto acontece, siempre sabe lo que hace y el por qué. Teníamos por delante, el reto de llevar el temible “matahombres”, el paso del Señor del soberano Poder ante Caifás, desde la Iglesia de San Gonzalo por Virgen de la Salud hasta San Jacinto. Después por la avenida de Santa Cecilia, San Vicente de Paúl, Clara de Jesús Montero y Alvarado hasta Chapina. Toda la avenida del Cristo de la Expiración, plaza de la Legión, Pedro del Toro, Bailen, Plaza del Museo y Alfonso XII hasta la carrera Oficial… Después de salir de la Catedral, Por la plaza, la Diputación y la muralla de los Reales Alcázares hasta la plaza de la Contratación, donde por San Gregorio, salir a los jardines de Cristina… Puente de San Telmo, plaza de Cuba, Calle Betis, Troya y Pureza hasta el Altozano… San Jacinto, Virgen de la Salud y a casa de nuevo… Y no era asunto baladí. Más no nos importaba en absoluto… Quizás, evidentemente por la inconsciencia y temeridad de la juventud… Pero nuestro Señor, no iba a querer que esta descomunal empresa se llevara a cabo ese día.

A las primeras hermandades de la tarde, es decir, Santa Genoveva, La Redención y a nosotros, nos sorprendió el aguacero durante el recorrido de ida a la Catedral, por lo que todas tuvieron que volverse a sus templos o buscar refugio. Las demás, decidieron no realizar estación de penitencia. Y solo salió el Cristo de Santa Marta, a hombros de sus nazarenos en unas parihuelas improvisadas que permitieron ver un Lunes Santo totalmente diferente a lo visto hasta entonces…

En su infinita misericordia, el Señor a veces, nos quita, pero no es menos cierto que, siempre a cambio, nos ofrece la oportunidad de aprender algo para el futuro, de suerte que, aunque a muy a pesar nuestro entonces, es a día de hoy, cuando me encuentro en posición de afirmar que la lluvia, aquella maldita lluvia que truncó nuestras ilusiones y sueños ese lunes Santo y que tanto nos arrebató aquel ominoso día, no sólo impidió que pudiéramos recoger al fin, el tan ansiado fruto a nuestro enorme esfuerzo y todo el trabajo realizado en pos de conseguir aquel maravilloso sueño. También es más que probable, que nos ofreciera una segunda oportunidad para conseguirlo, pues tal vez, aun no estábamos preparados para realizar una hazaña de tamaña magnitud y concluir con absolutas garantías de éxito, semejante gesta…

La providencia manda y aunque con renglones torcidos, nuestro Señor siempre escribe derecho.

Ay, bendito Cristo del Soberano Poder… Perdóname por lo mucho que tardé en entender y comprender al fin Tus designios… Ahora, después de tantos años, aun duele en lo más profundo del alma y los recuerdos… Pero el bálsamo que suponen la distancia en el tiempo, el largo recorrido existencial por tantas experiencias vividas y el poder interpretar Tu voluntad, nos hacen, o al menos a mí me sirve, para ver las cosas de manera muy distinta, a la de aquel aciago día en el que tantas ilusiones se rompieron, tantos sueños y esperanzas se quebraron, y tantas lágrimas de dolor e impotencia se vertieron sobre el suelo de la iglesia de San Gonzalo y de la iglesia de la O más tarde… 

Cuando poco a poco, fuimos llegando al almacén, después de unos tristes, pesarosos y apesadumbrados saludos y con el ánimo por los suelos, nos fuimos todos juntos a almorzar, pues nuestro capataz, que había pensado en todas las eventualidades, menos en la lluvia por lo visto, lo tenía preparado todo.

Pocas veces he visto a tanta gente joven, ante un suculento y gratuito banquete, estar más tristes que nosotros aquel mediodía en el July…

Nuestro Juan, nos tenía dispuesta una nutritiva y apetitosa comida para todos los costaleros y al equipo de capataces en aquel famoso por entonces bar y restaurante, frente a los almacenes Gicos Europrix de San Jacinto. Allí, junto a la antigua cochera de los tranvías, comimos, (es un decir), pues mientras tanto fuera, no dejaba de llover… Recuerdo que Juan, aunque serio y cariacontecido, era el que mejor lo estaba llevando.

Así que entre silencios y muy, pero que muy pocas bromas, transcurrió aquel almuerzo, triste almuerzo, pues la verdad es que el tiempo no parecía que fuera a darnos tregua.

Terminado el mismo, al salir del lugar y mirar hacia arriba, observé ese insano y nefando color gris panza de burra, que tanto nos fastidia y acongoja a los cofrades por semana Santa, aunque es cierto que al menos, había dejado de llover.

Vana ilusión, pues mientras igualábamos en la puerta del almacén, volvió a llover, esta vez de forma menos insidiosa, pero, al fin y al cabo, estaba lloviendo.

El camino hasta la iglesia, con una fina lluvia que, con el mal cuerpo que llevábamos todos, e incluso frío, nos calaba hasta los huesos. Que largos y pesarosos se nos hicieron aquellos escasos trescientos metros…

Ya dentro de la iglesia, nos ubicamos junto a los pasos… Tensa y angustiosa fue la espera hasta que el reloj marcó la hora señalada para efectuar la salida… Y allí, todos dentro de la iglesia, los costaleros, nuestro equipo de capataces, el cuerpo completo de nazarenos, acólitos, servidores… Aguardamos pacientemente las palabras de nuestro hermano mayor que, augurábamos descorazonadoras y sombrías. Todos con la cara que puedan imaginar y el ánimo por los suelos…

 

A la hora de la salida, se pidió una prórroga de una hora, mientras fuera, seguía lloviendo… Así que se decidió por parte de la Junta de Gobierno que, en caso de salir, se modificaría el recorrido de ida por san Jacinto hasta el Altozano y después por San Jorge, Callao y Castilla, desembocar en Chapina que era un recorrido en el que se tardaría menos tiempo, para recuperar en parte el horario… Y me imagino que la Junta, con buen criterio, nos daba a la cofradía la oportunidad de algún refugio para un más que posible “por si acaso”.

Como si fuera un milagro, ese prodigio que todos esperamos cuando llega la hora de salir y está lloviendo, porque así lo quiso nuestro Señor, ocurrió… La tarde se aclaró y hasta por las vidrieras que dan al costado de la iglesia, entró el sol.

Siempre recordaré el rugido de entusiasmo que, al unísono de todos los presentes en aquel histórico momento, se escuchó en la iglesia al comunicarnos, el bueno de Antonio Garduño, que nos íbamos a la calle.

Tras el cerrojazo y la apertura de la puerta, la Cruz de guía con buen paso y los tramos del paso de nuestro Señor, salieron en poco menos de 10 minutos y nosotros bajo el paso, para después de la mejor arenga que he escuchado de un capataz en mi vida, a la voz de nuestro Juan que en gloria esté, darle una levantá al paso, que tardo en caer sobre nuestros hombros una eternidad. Lágrimas de emoción, calor, frío, nervios de punta, miedos, ganas, deseos, empeños, pasiones desbordadas… Aún se me eriza el cabello y hasta me ahogo por la suma de emociones del momento.

Ya enfrentados al cancel y a la temida puerta, con el paso abajo, tres sonoros y secos martillazos… Nueva arenga de nuestro capataz, Un “tos por igual… A esta es” que jamás olvidaré en mi vida, otro martillazo y al cielo con el Soberano Poder.

Venga, vámonos de frente mis taquitos de jamón… Venga de frente valientes… Bueno… Pararse ahí… ¿Están los zancos fuera…? Ea, pues que sea como Él quiera… Vámonos los dos costeros por parejo a tierra… Más a tierra… Más a tierra la delantera… Más a tierra… Más a tierra…  

¡¡¡ Bueno!!!...

Venga de frente los tíos valientes…

Ni fuera, ni bajo el paso se escuchó más ninguna voz… Sólo la entrecortada y agitada respiración de aquellos “niños de San Gonzalo” que, con un poderío, que incluso a día de hoy, me sigue pareciendo insultante, consiguieron una proeza antes nunca realizada.

Treinta y dos largos, rápidos y agónicos pasos sobre el suelo del cancel y la tablazón que salvaba por entonces el escalón de la puerta…

Arriba con Él… Un seco y sonoro martillazo… Y se abrieron de par en par, las puertas de la gloria costalera y de la historia de la semana Santa de Sevilla, para aquella mítica cuadrilla de niños hombres y hombres niños comandada por D. Juan Vizcaya Vargas que, por fin, pudo sacar a Su bendito Cristo del Soberano Poder a la calle.

Como el día de la mudá, todo salió perfecto. El himno nacional, la marcha y vámonos para Sevilla… Poca gente, a decir verdad, había entonces por las calles del barrio. No fue hasta varios años después, cuando nuestra queridísima hermandad, comenzó a poseer la fama y el relieve del que goza a día de hoy. Pero eso es otra historia…

Con los corazones a mil por hora, cada chicotá nos parecía corta, siempre queríamos más y más… El paso, parecía que no pesaba y se dejaba hacer lo que quisiéramos y pudiéramos en cada momento… Hasta llegar poco más o menos al Altozano… Todo lo demás que pasó, es bien conocido por la historia.

Al llegar el paso de Cristo a la altura del bar los dos hermanos del final de San Jacinto, el cielo se oscureció y una tremenda granizada nos sorprendió, haciendo fracasar el intento de realizar nuestra estación de penitencia, destrozando las ilusiones de nazarenos, capataces, costaleros, servidores… De absolutamente todos.

El paso de Cristo, mandado valientemente por nuestro capataz, en una sola chicotá histórica y a una velocidad tan considerable como yo jamás recuerdo haber andado bajo un paso, tanta velocidad llevábamos y con tanto ímpetu empujábamos hacia adelante todos, que nos pasamos de la puerta de la O y tuvimos que retroceder para cuadrar el paso ante la puerta, para sin tablazón y a base de lo que ponen las gallinas, introducir el paso en la iglesia salvando los 3 escalones que por entonces facilitaban la entrada al templo. Una vez dentro, entre un mar de lágrimas, empapados por el agua que se había filtrado por el suelo del canasto, y tras varias maniobras, entre dos columnas y bajo el arco, junto al paso de mi Jorobaito de mi alma, dejamos a nuestro Señor del Soberano Poder, junto a nuestros sueños rotos y parte de una vida, que ya nunca sería la misma para ninguno de los que vivimos aquel momento.

De ahí, terriblemente deshecho por todo lo vivido, hasta mi casa donde os puedo asegurar que hasta que el sueño me venció aquella fatídica noche, no dejé de llorar amargamente.

Por supuesto, yo aquella tarde, no volví a la farmacia para completar mi jornada laboral… Pero eso es otra historia.

Continuará…

martes, 9 de agosto de 2022

 


Permitidme amigos míos por un instante

Hacer honor a la memoria redimida,

Y conceded a este pobre viejo, ya sin lozanía

El momentáneo lapso de razón tan confortante

Para el alma… Permitidme la vaga sensación estimulante

De concebir el anhelo de que sirve este relato para algo…

Y que nuestras vivencias, no se pierden en el pasado.

Que ahora, cuando la nieve del invierno de la vida

Campa impune por sus sienes y derriba

todo aquello que alguna vez, apasionado construía.

Ahora que el otoño ya termina

su quehacer y me acerca más y más a la ruina...

Que el olvido, a veces, me permite alternativas

y la palabra brota de mis labios sin provocar la risa

ajena y aun puedo convertir el viento helado en suave brisa...

Ahora que aun atesoro tan gratísimos recuerdos

que aun puedo compartir contigo el sueño

de aquel niño que soñó ser costalero

y que, para siempre, se enamoró de aquel madero.

Ahora que me prestas un minuto

deja hermano que te cuente... Que te diga

todo lo que guardo en lo más profundo

de mi corazón y que es mi vida.

Deja que me mire en tu mirada…

Deja que me vea en tu reflejo…

Deja que te diga lo que siento.

Deja hablar a este pobre viejo

de todo aquello que su alma guarda…

Deja que vuelva a soñar que juntos sudamos de nuevo.

Permíteme por un breve momento

que juntos volvemos a sentir el mismo anhelo.

Déjame soñar que, junto a ti, hoy vuelvo a ser costalero.

Permite que abra mi corazón y te hable de mi amor…

Mis sueños, mi pasión, mis desvelos...

Mi loco y desmedido amor

que descubriera aquella tibia madrugada

Cuando me sentí por primera vez costalero

y que desde entonces me apasiona, me arrebata

me emociona, me convierte en soñador y me arranca

el corazón al sentirme tan lejos de mi amada...

lunes, 8 de agosto de 2022


IX

Tras ese brumoso velo que producen la nostalgia y el inexorable devenir del tiempo… Es ahora, al rescatar vivencias, momentos y recuerdos de aquella juventud, tan lejana ya en el pasado cuando, por muy selectiva que pueda llegar a ser la memoria y al cabo de tantos años, he llegado a comprender la más que justificada mala fama, que tenía el paso de Cristo de nuestra hermandad de San Gonzalo, entre la gente de abajo por aquellos entonces…

Era un paso grande, largo, pesado y estrecho. Con canasto alto y valiente, que cimbraba de una manera tan singular, que al menos para mí, lo hacía único. Ítem más, tras suprimirse del mismo, los respiraderos de madera tallada y ser sustituidos por el moldurón de Guzmán Bejarano, las miradas, al aparecer el paso tras cualquier esquina, al instante convergían hacia arriba, donde se desarrolla la escena y está el verdadero centro de todo el conjunto, que no es otro que la prodigiosa, portentosa y extraordinaria imagen de nuestro bendito Cristo…

Dorado y centelleante, con quizás el mejor “balcón” de todos los pasos de misterio de nuestra semana Santa. Con las proporciones justas, (ocho palos), para representar, pese a las muchas figuras que componen el mismo, el momento más importante de toda la pasión, cuando nuestro Señor Jesucristo, responde a la pregunta del sumo sacerdote Caifás: “YO SOY” afirmando Su divinidad… Donde la imagen venerada de nuestro Señor, destacaba y resplandecía en toda Su majestad… Si ya de por sí, con aquel dorado San Luis de fondos rojizos y aquel sorprendente conjunto de candelabros, durante el día, era una verdadera e innegable preciosidad, por las noches, refulgía de manera rutilante como ningún otro, a la luz de esos candelabros únicos e inimitables que, en su sobremesa y a lo largo de todo el perímetro de aquel sinuoso y portentoso canasto, lo iluminaban como a ninguno, ni en Sevilla ni en cualquier otro sitio del mundo…

Pero ay, por el contrario, para los costaleros, era un canalla de muchísimo cuidado. Las características del paso, unido a la dificultad extrema que, tanto a la salida como la entrada presentaban la puerta y el cancel por sus reducidísimas dimensiones y las muchas horas que duraba la estación de penitencia, lo hacían temible para las cuadrillas de costaleros asalariados… El que sacaba San Gonzalo, iba ya tocado el resto de la semana.

Si bien es cierto que, tras las modificaciones y reformas realizadas en el paso, quedó algo más liviano en cuanto al peso, no lo es menos que nosotros, con la absoluta temeridad y desvergüenza que, desde el primer minuto, lo trabajábamos, lo teníamos a menos, lo subestimábamos y tuteábamos, (con lo que esas imprevisibles eventualidades suponen y que son bien conocidas para todo aquel que haya vivido el privilegio de ponerse un costal en la cabeza, una faja en la cintura y se haya metido bajo un paso), hacían que para nosotros, también se convirtiera en un auténtico y despiadado canalla…

A veces, las menos, el muy bribón y taimado paso, te confiaba y te permitía andarle, mecerlo y poderle sin ambages… Otras en cambio, puede que, por el transcurso de las horas, el dilatado e inacabable recorrido y el que, como ya dije antes, desde el primer minuto, le perdíamos total y absolutamente el respeto, parecía que se convertía en plomo y te enterraba contra el suelo de manera que te minaba la moral y el entusiasmo, hasta quitarte las ganas y la afición por el costal…

Así que, entre largos, tediosos, agotadores y a veces, hasta agónicos entrenamientos, transcurrieron aquellos meses hasta que, por fin, llegamos a la prueba real… Si amigos míos, por entonces, quizás para autoconvencerse tanto las Juntas de Gobierno como los mismos capataces de que aquellos “niños” y no tan “niños”, iban a poder llevar y traer de manera digna, los pasos durante la estación de penitencia, casi todas las hermandades, realizaban pruebas reales…

Esas pruebas reales, consistían en imitar en lo más parecido, el recorrido de la cofradía durante su estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral… Y que se efectuaban llevando los pasos hasta la misma, por el mismo o parecido recorrido de ida y vuelta que en el día grande…

Como anécdota, recuerdo que cuando aquel día, llegamos a la calle Sierpes, el paso no cupo por la estrechez de la calle y porque los letreros luminosos de las tiendas de la misma, aún se encontraban desplegados, pues aún faltaba bastante para la semana grande. Así que media vuelta y por Tetuán y la Avenida, hasta Correos… La vuelta, por el puente de San Telmo y por República Argentina hasta López de Gomara… Y ya por la avenida de Coria, cuando creíamos que todo estaba por acabar y que nos íbamos a desayunar a la Estrellita… Al parecer de nuestro capataz, aún no era bastante y nos dimos una vuelta por el barrio… Hasta que, por fin, creo que convencidos nuestro Juan, y la Junta de Gobierno, lo metimos en casa…

Una prueba real que resultó durísima, si, que duda cabe, pero que satisfizo en tan gran manera tanto a nuestro capataz, a su segundo, a esa junta de gobierno de buenas y valientes personas que todo lo habían apostado por nosotros y a todos los que nos acompañaron durante la misma, que aquel día, al llegar casi de mañana al almacén, todo eran parabienes, alegría  y creo que casi nadie, ni ellos ni nosotros, a pesar del cansancio y la fatiga, cabía en sí de gozo y satisfacción… Algo impensable a día de hoy. Otros tiempos. Ni mejores ni peores… Otros tiempos.

Tras aquella prueba real, los dos últimos entrenamientos… Y a finales de la Cuaresma de 1976, realizamos la mudá del paso Cristo de la hermandad de la Estrella, el afamado y temible “zapatero” que estaba por aquel entonces en un almacén de la calle Condes de Bustillo… Tras una dificultosa salida a tierra… (Siempre a tierra…) con el romano acostao en lo alto del canasto, Te acuerdas Cucu?... Lo llevamos hasta la iglesia de San Jacinto, donde hasta ese mismo año 1976 radicó la hermandad en dos largas y poderosas chicotás… Una vez en la Iglesia y para nuestra mayor fortuna, de cuarta para atrás, le hicimos el retranqueo al paso de María Santísima de la Estrella… Experiencias únicas e irrepetibles que se quedan para los afortunados que disfrutamos el privilegio de hacerlas.

Por fin, llegó el tan esperado y anhelado día de la mudá… El paso de la Santísima Virgen de la Salud, estaba puesto a horcajadas entre la puerta del almacén y el paso de nuestro Señor, entre el suelo y la rampa de acceso al mismo, con los zancos traseros recogidos y en el suelo, a la altura de la zambrana, sobre las ruedas que facilitaban la salida y entrada del paso palio y con los zancos delanteros en posición normal de marcha. Todo el paso montado a excepción de la Santísima Virgen… De cuarta para atrás lo sacamos del almacén y por el recorrido más corto, a nuestra iglesia de San Gonzalo, donde de rodillas y por primera vez en la historia de la hermandad, metimos el paso… Una vez en su sitio, volvimos al almacén y con la ilusión desbordada, los corazones que no nos cabían en el pecho y creyéndonos que podíamos con todo, nos fuimos para la iglesia… Pueden creerme amigos míos, cuando les cuento esto, que aquella cuadrilla tenía el “a tierra” tan entrenado e interiorizado, que cuando llegamos a la puerta, después de hacer bastante más de media calle Virgen de la Salud, precisamente “a tierra” para calentar y llegó el tan temido momento por todos nosotros y por algunos de los que estaban fuera observando el momento, (entre los que se encontraba mi llorado, queridísimo, admirado y recordado padre), de meter el paso en la Iglesia. Ahora, sin falsas modestias, puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que aquello que por entonces parecía tan impensable, tan imposible… Meter aquel durísimo y enorme paso por la estrechez y la reducidísima altura de la puerta de nuestra iglesia “a tierra”, ante la incredulidad de todo aquel que aún dudaba de la increíble pericia de Juan Vizcaya y del insultante poderío de la cuadrilla, fue como la seda… Ni el más mínimo roce, ni el menor problema… Parecía que toda la vida habíamos estado haciendo aquello… Él, nuestro bendito Cristo del Soberano Poder, siempre nos ha mirado con ojos de misericordia…

Ya con el paso puesto en el lugar previsto para la celebración de cultos y preparación de la cofradía… Nos retiramos cada uno a donde mejor le pareció… Unos, creo que los más, a cualquiera de los bares cercanos a celebrarlo, otros, con sus novias o a sus casas… Pero todos, absolutamente todos, con la certeza de que podíamos hacer cuanto nos propusiéramos…

Siempre recordaré como uno de los momentos más felices de mi vida, la satisfacción en la cara de mi padre, la incredulidad por lo que había vivido aquella noche en primera persona y el más absoluto convencimiento de que podríamos lograr nuestro propósito.

Aquella noche, más de uno, durmió como un angelito… Entre ellos, yo.

Continuará...


 


VIII

Antes de proseguir con el relato, creo que no sería justo por mi parte el no abrir el pecho para dar las gracias… Si amigos. Nunca me cansaré de dar infinitas gracias a todas aquellas personas que, con su fe ciega en nuestro Juan, y con su cariño y comprensión a todos aquellos que escuchamos la llamada de nuestro bendito Señor del Soberano Poder para formar aquella cuadrilla de mis sueños, nos ayudaron a conseguirlo…

Aún hoy, no acierto a imaginar cuantos esfuerzos, cuantos desvelos, debates, discusiones y malos ratos, cuantos sacrificios tanto a nivel económico, como afectivo, como de absoluta índole personal, hicieron para hacer posible que se realizara semejante gesta… A todos ellos desde aquí, sigo dando las gracias por confiar en nosotros, apenas unos muchachos y apoyar aquella utópica aspiración de formar una cuadrilla de costaleros para nuestro Señor… A esos hombres y mujeres, que amorosa y desinteresadamente, de una u otra forma, ayudaron a que se llevara a buen puerto la empresa o que se privaban de horas de descanso y de sueño, para que no nos faltara el bocadillo en aquellas madrugadas eternas cuando, al llegar a Correos en algún entrenamiento o en la prueba real, a las tantas de la noche, deteníamos unos momentos la agotadora marcha, para un fugaz descanso y tras el tentempié, continuar nuestro camino en pos de la gloria costalera…

Imposible se me hace el poder mencionarlos a todos y a todas… Pero para el recuerdo emocionado, mencionar a la esposa de nuestro Juan y a tantas otras como no soy a estas alturas de mi vida, capaz de poner nombre… Ni tan siquiera cara… Como olvidar los desvelos de nuestro hermano mayor, D. Antonio Garduño Navas… Gran artífice, no solo por su cargo, de que se llevara a cabo esta descomunal empresa… En su mandato, se concibió la hechura de nuestro bendito Cristo… Ya sólo por eso, debería pasar a la historia de nuestra hermandad y de Sevilla, por ser el instrumento del que la Providencia se sirvió, para conseguir traer a nuestra ciudad, para todos nosotros y para las generaciones venideras, la prodigiosa y portentosa efigie del Hijo de Dios que, desde Su llegada a nuestra Iglesia de san Gonzalo, tanto amamos, admiramos y veneramos… 

Desde el primer momento confió plenamente en el proyecto. Apoyó incondicionalmente las iniciativas y las remodelaciones que se efectuaron en el paso y siempre nos acompañó en cada uno de los entrenamientos… Como olvidar el derroche de amor paternal que nuestro Emilio Cano Carbonero, derramaba en el trato con “sus niños” de San Gonzalo… Nunca nos faltó al llegar al almacén el bocadillo, o las perolas de papas con huevo… O los guisos con los que nos deleitaba alguna vez, estoy seguro que hasta pagados de su bolsillo… Un bolsillo como todos los de entonces… Todo, absolutamente todo, les parecía poco para aquella muchachada que se dejaba la piel en cada entrenamiento en pos de conseguir el tan anhelado sueño… Aquel hombre, de aspecto bonachón, al que siempre recordaré con el mayor de los afectos, con su simpatía y su ternura… Sentado en el fondo de la oficina de aquel almacén de mis mejores y más gratos recuerdos… 

Como olvidar a Eustaquio o a Cerezal… Y a tantos como en las buenas y en las malas, siempre estuvieron a nuestro lado para arroparnos y envolvernos con su cariño, su consideración y su respeto a lo que estábamos intentando conseguir…

Que eran otros tiempos como ya he dicho en varias ocasiones… Pues sí. Que, como también he repetido y repetiré hasta la saciedad, las circunstancias de toda índole eran otras, pues también. Pero de lo que estoy completamente seguro a día de hoy, es que las muchas carencias y privaciones que se manifestaron en aquellos días, las faltas e inconvenientes que surgieron, todos los impedimentos y contrariedades, todos los problemas y trabas que afloraron para derrotar a aquellos bravos y temerarios soñadores, se vencieron con AMOR y HUMILDAD… Con FE, con CASTA… Con CORAZON, ENTREGA, CORAJE… Con SANGRE, con SUDOR y con muchas LAGRIMAS… Y con un VALOR que rayaba casi en la temeridad… Nada nos arredró ni acobardó en ningún momento, ni a los unos ni a los otros.  De la mano, cada uno y cada una de los que contribuyo a la consecución de este maravilloso sueño, caminamos por un sendero que, tras muchos esfuerzos y sacrificios por parte de todos y todas, nos condujo a la gloria de la hermandad que hoy conocemos…

No perdamos esos valores hermanos… AMOR, AMOR y AMOR… HUMILDAD, HUMILDAD y HUMILDAD… CARIDAD, CARIDAD y CARIDAD…

Esas consignas, estoy convencido absolutamente, son las que nos han traído hasta donde estamos… De caber toda la cofradía en seis folios mal colgados en aquella ajada y vetusta puerta de madera gris, en la que cabía toda la cofradía por entonces, de sobrar espacio en nuestra Iglesia para los pasos, los nazarenos y los servidores de la misma el Lunes Santo… De ser sólo unos pocos los que veían el discurrir de la cofradía de ida y de vuelta por las calles de nuestra ciudad… De ver a nuestro Padre Soberano y a nuestra Madre de la Salud regresar solos hasta Su casa…

A la bendita marea blanca en que se convierte Triana cuando va a la Santa Iglesia Catedral el mejor lunes del año y la muchedumbre que se arremolina en torno a nuestra hermandad desde que se pone la Cruz de guía en la puerta hasta que, triunfalmente y loor de multitudes, termina nuestra estación de penitencia ya en la madrugada del Martes Santo, sólo ha pasado poco menos de medio siglo… Cincuenta años en los que muchos hombres y mujeres han llegado, han estado, muchos siguen, otros se han marchado… Muchos otros y otras ya nos esperan en la casa del Padre… Esto es la vida… Esto es la Hermandad… Pero Ellos, nuestro Señor y Su bendita Madre permanecen… Nos ha sido confiado por un tiempo un maravilloso legado… Conservémoslo, ampliémoslo, enriquezcámoslo y transmitámoslo a las futuras generaciones de hermanos que ya vienen empujando… AMOR, HUMILDAD y CARIDAD hermanos, y no lo olvidemos nunca… Desde el cielo, los que ya partieron, nos están mirando… Seamos dignos de su memoria.

Va por todos ellos… Un beso emocionado al cielo.

Continuará...

 


Ay muchacha de mis amores primeros...

Sólo necesité un segundo para sentir

Que eras algo especial para mí.

Un segundo que ya se pierde en el recuerdo.

Una hora muchacha, me bastó para saber

Que ya por siempre te amaría... Sólo un día

Para saber que jamás te olvidaría...

Un día muchacha, que se pierde en el ayer.

Una sola palabra: Adiós... Para herirme en mis adentros

La tarde de un martes que llaman Santo...

Adiós amor... Y a soñar con un reencuentro

Que ya jamás consentirías a pesar de mi llanto...

Toda una juventud, para disfrutarte...

Toda una madurez, para amarte...

Un segundo para convencerme de un disparate...

Y después, toda una vejez para intentar olvidarte...

O una muerte para soñar que sueño... Para soñarte...

martes, 2 de agosto de 2022

 


VII

 

La imagen que ilustra este capítulo, pertenece a los entrenamientos previstos para la cuadrilla del año 1978. En aquel final del año 1975 y hasta la Semana santa de 1976, sin poder precisar el número exacto de los mismos, os puedo garantizar que fueron bastantes más…

Tras lo anteriormente expuesto, llega quizás para mí lo más difícil… Cómo poner en pie todo lo acontecido desde mi llegada a la Avenida de Coria, todo lo que pasó en esos meses y como fue aquel lunes Santo de 1976…

Miro hacia atrás y observo al muchacho que, con la ilusión desbordada, los pulsos acelerados, con el ánimo siempre presto, con las prisas por ver a su amada, disfrutar de su cálido contacto… Dedicarle el más procaz de los requiebros y rendido a sus encantos, ofrecerle lo mejor que tenía… Y aún a día de hoy, me sigo reconociendo. Sigo prendado y enamorado de mi muchacha como el primer día… Pero eso es otra historia.

Como digo, algunos de nosotros quizás, con más miedo que vergüenza, allí estábamos…

Romu, la Pipi, Rafael Oliver, Adolfo, Manolo González, el Ferre, Manolito Alonso, Antonio Gómez Hurtado, Julio, Roberto, Braga, Rodrigo, Santa Cruz, Urbano, José Luis Cano, Pedro Olivares, Juan José Pozuelo Costales, José Antonio Troya, Antonio María y Mateo Domingo González Gago , Manolo Puelles, Emilio Cano Rueda, Antonio Alonso, Félix, Luis Vázquez, Pepe Santos, Manuel Pelegrina, José Antonio Contreras, Manuel Díaz, El pollero, Márquez, Claudio Espejo, El Sema, Pepe Montero, Javier de la Rosa, Sánchez, Tomás Llanos, Pepe Barragán, Panchito, Fernando García Carreras, Piña, Antonio Flores, Manolo Orellana, Arenal, Cobo, Juan Galera, Antonio Garduño, Manuel Vázquez Castillo, Carlos Carnelero, Pacheco, El Limón, Pepe Arroyo, Pedro, Carlos Rodríguez, Carrillo, Pepe Caro, Manolo y Juani Ríos, Miguel Ángel Galindo, Joaquín de la Chica, Caireles, Mario Álvarez Franco, Manolo Cubero y puede que la memoria me traicione pero creo que un par de hombres más había… Y un servidor. Todos, a las órdenes de Nuestro recordado Juan Vizcaya, que como segundo llevaba a Pepe Suarez Prieto y como ayudante a Manolo Garduño. Las contraguías eran Manuel Ríos y Antonio Mateo… como aguador, teníamos a nuestro Antonio Halcón…

Estos, amigos míos, eran los mimbres con los que D. Juan Vizcaya Vargas tejió el cesto… Estos, la urdimbre y la trama… Los hombres y niños hombres a los que nuestro Santísimo Cristo del Soberano Poder llamó para que disfrutaran de aquel inmenso privilegio… Estos, los niños hombres y los hombres, que aceptaron Su llamada y con enormes fatiguitas y tal vez quizás, demasiado esfuerzo, fueron reclamados para con orgullo, casta, deseos de aprender el mejor oficio del mundo, ganas de ser los mejores, corazón y coraje desmesurados, convertirse en Sus pies aquel Lunes Santo… Estos fueron los costaleros con los que contó nuestro querido Juan para obrar el milagro… Esta era toda la tropa… Y créanme cuando les digo que, si esto pasa a día de hoy, no nos dejan ni acercarnos al paso…

Eran otras las circunstancias, eran otros tiempos es cierto. Pero no lo es menos que la necesidad, aunada con el sueño de Juan y la enorme y colosal valentía de aquella Junta de gobierno, provocaron que, por primera vez, un paso de los duros y difíciles, con un recorrido que asustaba sólo de pensarlo y con muy, pero que muy mala fama entre los costaleros asalariados, se pusiera en la calle sin el aval y la garantía tranquilizadora, que pudiera significar el llevar una cuadrilla profesional detrás, para un más que posible “por si acaso…”

Los entrenamientos… Que puedo decir de los entrenamientos de aquel año… Al principio, con el paso tan bajísimo, los problemas enunciados en algún capitulo anterior, todos los contratiempos imaginables… La bisoñez de la reducida tropa costalera… Pues bien, a pesar de todos los inconvenientes, cada miércoles y/o sábado… Por la entrega de aquellos locos, por los acertados mandos, por el acertado igualo, por la insistencia y la perseverancia, por el esfuerzo denodado de la cuadrilla y por la fe de nuestro Juan, amén de por los cambios y modificaciones que se iban realizando al paso… Cada vez a mejor… Todo el primer afán de nuestro capataz era andar… Andar y andar… Entrenamientos interminables… Horas y horas de machacar el andar y andar… Pues a fe que lo conseguimos…

Entrenamientos durísimos en los que nuestro capataz, tal vez para convencerse a él mismo y para que nosotros fuéramos también conscientes de que podíamos con todo, siempre nos ponía al límite… Largos y penosísimos entrenamientos por las horas y los kilos… Infinitas levantás y arrias para aprender a hacerlas como él quería… Kilómetros y kilómetros en largas y afanosas chicotás que no acababan nunca… Y un cubo lleno de rodajas de limón para mitigar la sed…

Para entrenar la puerta, cientos y cientos de metros, me atrevería a decir que kilómetros con el paso a tierra, en cualquier calle, cualquier avenida o incluso sobre el mismo terreno…Y venga a andar… Puente de la Avenida de Coria arriba, muro de defensa… A veces hasta el fielato. Vuelta por lo que hoy es Blas Infante, República Argentina, Sánchez Arjona al barrio Voluntad o a San Jacinto… Cientos de vueltas por Triana… Veces de con poco más de veinticinco hombres bajo el paso, llevarnos al infierno… Y a veces a la gloria… Y para postre, cuando llegábamos al barrio… Ay aquel barrio de calles con corrientes terroríficas, vamos otra vez con el paso a tierra que “la puerta es complicá…” Inasequibles al desaliento, tanto el capataz como la cuadrilla, a entrenar y entrenar… A aprender a sufrir… A aprender a ser todos una piña de amigos… A aprender a querernos como hermanos… A aprender a amar el oficio y a crecernos ante las adversidades, los problemas y las circunstancias…

Con nuestro Juan, llegamos a entrenar en bañador… Si amigos. En bañador… Con frío, con calor, daba igual… Y en medio de todo esto, comenzó a inculcarnos la idea del “Izquierdo por delante” que soñó para su Cristo del soberano Poder y que, a su vez, tanto significó para nuestra cuadrilla y para las formas y modos de llevar un paso de misterio que, en adelante, casi todas las cuadrillas de aficionados quisieron poner en práctica. De las formas y maneras de inculcar la férrea disciplina bajo las trabajaderas de Juan Vizcaya Vargas, baste decir que uno de nuestros mayores miedos  bajo el paso, no era precisamente que alguno se lastimara, que también… Nuestro mayor temor consistía en saber que nuestro capataz, lo mismo se metía debajo del paso para corregir cualquier cosa, que `para echar una bronca, que, marineando por el hueco del canasto, cuando menos te lo esperabas, te daba un toque en la cabeza para que te pusieras derecho, o te advertía de que, de seguir con cualquier actitud dudosa, no ibas a venir más…

Así se forjó la cuadrilla de San Gonzalo… Trabajo duro, aprendizaje por lo que ponen las gallinas, entrenamientos interminables y agotadores, matauras de escándalo… Pero, con una ilusión como yo no he visto nunca…

Poco a poco, la hazaña que estaban consiguiendo Juan, la cuadrilla y la hermandad de San Gonzalo, comenzó a generar interés entre la gente del mundillo cofrade de entonces y a propagarse boca a boca por Triana y por Sevilla. Y también por entonces, comenzaron a venir a vernos algunos capataces y costaleros de la época… Unos venían por curiosidad, otros quizás por incomprensión, lo cierto es que este asunto generó debates y controversias, sabiendo como sabemos que aquí, en esta tierra donde tanto cuesta reconocer el éxito ajeno, cualquier innovación cuesta tanto de asimilar. Pero Juan y los “niños de San Gonzalo”, contra viento y marea, siguieron adelante.

Después, con el paso de los años, es cuando llegas a la conclusión de que nuestro Juan no quería hacernos costaleros… Juan Vizcaya nos convirtió en Titanes.

Niños hombres y hombres niños que llegaron a creerse que querer es poder… Que no hay triunfo sin esfuerzo y que no hay nada que, con determinación, disciplina, coraje y ganas de triunfar pueda hacer fracasar cuantas empresas se abracen con entusiasmo…

Añadir la anécdota de que, cuando cualquiera de los componentes de la cuadrilla se intentaba meter en otra, a la pregunta obligada de

-         Niño… ¿Tú estás en alguna otra cuadrilla?

Que habitualmente te hacía el capataz o listero de turno, ante la respuesta de “yo soy de San Gonzalo” … Directamente te ponía en el costero y/o en su caso, te ponía de patero...

Cosas de aquellos años.

 

 


VI

 

Y no amigos… No me había olvidado. Todo lo escrito anteriormente carecería de sentido, al menos para mí, sin la razón de todos los por qué. Joven como era por entonces, con menos tornillos que un globo y con muy distintas aspiraciones espirituales que, afortunadamente en mi caso, se van adquiriendo a lo largo de la vida, a mi lo que me empujaba a responder a la llamada de la avenida de Coria era el poder seguir aprendiendo el oficio y algún día, poder llegar a convertirme en costalero, (cosa por otro lado que nunca conseguí, pues a pesar de llevarme más de cuarenta años intentando llegar a ser costalero, he llegado a la conclusión de que, hasta el último día en que lo intenté, siempre me quedó por aprender algo… Así que me quedé sólo en eterno aprendiz del oficio más hermoso que el ser humano ha llegado a desarrollar). Pero no… Él me tenía reservada la quizás, más asombrosa, fascinante, sorpresiva e inesperada experiencia de mi vida.

Yo no sabía de Su existencia. Sólo recordaba la anterior imagen de Castillo, tan parecida a otras y como expliqué al comienzo de mi relato, tenía depositada mi fe en mi “Cabezón” de San Bernardo… ¿Te acuerdas Santi…?

Me reitero en la afirmación de que todo, absolutamente todo, era muy diferente… Y no fue sino hasta el domingo de aquella semana en la que había llegado a l barrio León, cundo por primera vez entré en la Iglesia.

La puerta, aquella puerta que para mí ya siempre sería la frontera del territorio donde me aguardaban mis mejores sueños, era otra…

El suelo… Aquel suelo en el que, por tan distintos motivos, tantas veces humedecería con mis lágrimas de dolor, alegría, de tristeza o de emoción… También era otro.

Excepto el altar mayor, que sigue estando donde estaba, todo lo demás era distinto. Nuestros amados titulares, estaban colocados a la izquierda, en un altar neogótico, que desgraciadamente se perdió en el incendio que sufrió la iglesia parroquial de San Gonzalo el viernes Santo de 1977…

Todo era absolutamente distinto a como es hoy. Todo menos Él.

Por más que lo intentara o las buscara, creo sinceramente que no existen palabras para describir lo que sentí la primera vez que pude mirarlo frente a frente. Porque me entró calor y me entró frio… Se me erizó hasta el último de los cabellos… En dos palabras: Me destrozó. Me destrozó por dentro y por fuera… Me elevó hasta el cielo y me descendió hasta los infiernos. Todo… Todo lo que un ser humano puede llegar a sentir en una vida, Él me lo hizo sentir en aquel instante. Toda La Palabra de Dios nuestro Señor en un corto susurro… Todo el Amor de Jesucristo nuestro Señor, en un abrazo… Toda su infinita dulzura y toda Su Misericordia, en una sola mirada… Y como si fuera ayer mismo, recuerdo que solo acerté a decirle: “SI… TU ERES…”

 

Soberano de mi vida… Sé que no merezco

Tan siquiera una palabra de Tus labios…

Mírame Señor aquí… A Tus benditos pies postrado

Esperando la sentencia, aunque no sea merecedor

De la respuesta a este corazón desgarrado…

De repente todo a mi alrededor,

Se transforma en paz y sosiego…

Noto como Tu palabra penetra en mi interior…

Tu dulcísima mirada que me atraviesa

Y que poco a poco, muy despacio, eleva

Mi alma hacia Tu altura, dando respuesta

A la plegaria que desde el fondo de mi corazón

Desesperado, todas mis dudas contesta…

 

No amigos míos… Nunca podré olvidar aquel breve instante en que por vez primera vez, todo estuvo absolutamente claro para mí.

Desde aquel momento, Ya mi vida nunca volvió a ser la misma… Y todo mi afán se convirtió no en sacar el paso… Sino en poder llevar a mi bendito Cristo de Soberano Poder a todo aquel al que le hiciera falta… El bendito Cristo que me ha sacado de tantos infiernos cotidianos y me ha llevado tantas veces hasta las mismas puertas de la gloria… El que me aprieta, pero no me ahoga… El que me da la paz y la Esperanza… El que me proporciona un trabajo digno y me hace intentar ser mejor persona cada día… El que me ayuda a levantarme cuando caigo.

Imagen cierta del Dios del Amor, el perdón y la Misericordia en el que creo… El que me escucha y me responde a diario hasta en lo más pequeño… El que me guía y el que me protege… El que me regaló a mis padres, a mi esposa, a mis hijas y a mis hermanos… El que me regala cada mañana un nuevo día para poder bendecirlo y adorarlo… Al que le doy gracias todos los días por tanto como me dá… Y al que también le pido perdón todos los días por tan poco como le ofrezco a cambio…

Si amigos míos… Ya no me importó nunca tener que esperar todo un año para poder sacarlo de paseo. Ya no me importó nunca más la leña que me diera o me dejara de dar la corría. Desde entonces, solo he intentado servirle como mejor he podido y he sabido. Las personas pasan, las épocas pasan… Los hermanos mayores y las Juntas de gobierno pasan… Todos llegamos y nos vamos… Pero Él permanece.

Él me mostró que el Amor está en el cómo y en el por qué… Que esta en el abrazo del amigo… Que está en ayudar al compañero, en respetar a los demás y en que no hagamos a los demás lo que no queramos que nos hagan a nosotros…

Desde aquel instante, soy y seré peregrino en esta vida hasta que por fin me llame a Su lado… Creo en Él… Espero en Él y definitivamente, soy de ÉL.

 

Todo el Amor de aquel costalero niño,

Vuelve algún día al corazón de un costalero viejo.

Cuando llega el crepúsculo al espejo

Y se hace espina, lo que una vez fue armiño.

Si me destiñe el tiempo, yo destiño

Las sombras al final de este cortejo,

Y en la memoria de Tu imagen, me dejo

Todos mis miedos y todo mi cariño.

Ay Soberano Señor, qué poco falta

para la meta… ¿Por qué está tan alta,

Si yo no voy sin Ti a ninguna parte…

Ve mi Señor Tú por delante, que así no me engaño.

Qué cerquita estoy de ti, Señor…Más cada año.

Qué poco falta Señor, para alcanzarte.

¿Que por qué Soy de San Gonzalo…?

Creo sinceramente que ya he contestado.




 V

 

D. Juan Vizcaya Vargas…

Mi añorado, siempre recordado, respetado y admirado Juan…

Capataz eterno de esa parihuela que tenemos esperando en la nube 14 y en la que ya nos esperan para la igualá definitiva tantos buenos hombres… Mi Capataz.

Sé que, para hablar de nuestro Juan, debería intentar ser objetivo, pero no puedo… Ni puedo ni tampoco quiero. Del mismo modo, por el tiempo transcurrido, alguien puede pensar que, debido a la enorme distancia temporal en la que me desenvuelvo para desempolvar recuerdos, puedo tender a ponderar en exceso e incluso a mitificar las muchas cualidades y virtudes que adornaban a este hombre… O llevarme incluso a agigantar su figura y su legado.

Así mismo, puedo obviar o pasar por alto hasta sin ser mi intención, loa imperfecciones y defectos que pudieran ensombrecer su para mí, gratísima memoria…Pero es que me veo en la obligación de hablar tanto del mito como del hombre.

Juan Vizcaya Vargas fue un personaje extraordinario. Alguien adelantado a su tiempo y con un valor y una osadía inauditos. Educado y cortés en las formas, pero con un carácter indescriptible…Un hombre excepcional que desprendía un aura de incontestabilidad suprema, con un carisma tan enorme y con una confianza en sí mismo tan infrecuente, singular e inimitable como no he conocido a nadie jamás…

Con una mirada que traspasaba el plomo… Con un brío y con unas ganas que te contagiaba de cualquier barbaridad que se le ocurriese y encima, a lo largo del poco tiempo que tuve la inmensa fortuna de poder disfrutarlo, era bueno de caerse. Un hombre que siempre fue de frente y que siempre ayudó a cuantos se acercaron a él requiriendo su favor…

Con unos cojones como dos bombonas de butano y con una visión de futuro privilegiada, Con un poder de convicción descomunal, una capacidad de liderazgo que rayaba en lo imposible y una fe en lo que hacía y como lo hacía, que le facilitaba en grado sumo conseguir cuanto intentaba… Y una capacidad de comunicar tal, como a día de hoy no he vuelto a conocer en nadie…  Tal era el carisma de este hombre, que puedo asegurar que sin hablar más de diez palabras con él aquella noche, me hizo suyo para siempre…

A nivel profesional, en su tiempo, no tuvo rival. Premios a su labor de carácter nacional e internacional, reconocimientos de las navieras y, por ende, un nivel de cartera que, para todos nosotros, se escapaba a la comprensión.… 

No amigos… Yo no pertenecí a la mítica cuadrilla que creó para llevar a la Santísima Virgen de la Salud, para ir a ver a la Abuela de nuestro Señor a la catedral de Triana el 19 de octubre de 1974. No tuve esa suerte.

Hacía pocos meses que ya había realizado la proeza de, con muchachos casi todos sin apuntar la barba, llevar por las calles a nuestra Madre… Llevándola y trayéndola en triunfal procesión…

No lo puedo asegurar, pero imagino que después de semejante hazaña, se creyó capaz de hacer lo mismo con la cofradía… Y a fe mía que lo consiguió… De hecho, su pretensión era sacar todas las cofradías de Triana. Y sinceramente pienso y creo que, sin lugar a dudas, lo habría conseguido, pues con la seguridad y la fe que tenía en sí mismo y con la capacidad de convencer que tenía, podría haber logrado cuanto se hubiera propuesto.

He dicho visión de futuro y he dicho bien, pues de lo primero que se encargó, fue de volver a remodelar el paso…

El paso de nuestro Señor del Soberano Poder era, literalmente un canalla con toda la cuerda dá… Un paso bajísimo, que había sido ya remodelado por el penitente hacía unos años para añadirle una trabajadera, pasando de siete a ocho. El trabajo en la primera y en los costeros era insufrible pues la mesa no te dejaba poner la cabeza derecha por la poca distancia que había entre el trabajo y la misma, aparte que el que tenía la desgracia de caer bajo el candelabro de sobremesa, tenía el perno y la tuerca… Todo el altar del que disponen nuestros amantísimos titulares en la parroquia, son parte de los respiraderos que tenía el paso. Y si hablamos de lo que era la salida y la entrada, por las reducidísimas dimensiones tanto de la puerta como del cancel, obligaba a sacar los pasos de la iglesia con ruedas… Si a todo esto se le sumaba que por las obras que se estaban realizando en el puente de Triana, el recorrido de la cofradía era aún mucho mayor que el actual y la escasez de hombres para portar el paso… Sólo podía hacer pensar a todo el mundo que jamás lo conseguiría…Pero de D. Juan Vizcaya Vargas se sabía que era capaz de lograr cualquier cosa con sólo su inclinación más, ¿que lograría conseguir si además se empeñaba en algo…?

Tras comprobar durante varios entrenamientos que debido a lo bajo del paso y a las nuevas alturas de los hombres de que disponía, las cosas podrían no salir como él pensaba y deseaba, lo primero que hizo fue suplementar las patas del paso para lograr que tanto la arriá como la levantá fueran infinitamente menos fatigosas, arduas y laboriosas para la cuadrilla… ¿Te acuerdas Cucu?

Tras esos mismos entrenamientos, suplementó las trabajaderas para evitar que la cabeza de los costaleros llegara a percutir con la mesa del paso…

Las cartelas del canasto de nuestro paso eran enormes, poco estéticas y con un peso desmesurado, por lo que se cambiaron por unas de Guzmán Bejarano mucho más livianas y acordes con las líneas sinuosas del canasto, que embellecieron aún más si cabe el conjunto.

Y ya, por último, cambió los respiraderos de madera dorada por el moldurón de Guzmán Bejarano, se cambiaron las maniguetas y se pusieron unos originalísimos respiraderos de maya… Todas estas modificaciones realizadas en el paso, provocaron que en la primera levantá que le dimos al mismo el primer día sin respiraderos y con todo lo expuesto anteriormente, casi embarcáramos el paso en el techo del almacén… ¿Te acuerdas Pepe Montero?

Y todo esto, con los escasos recursos económicos de la hermandad y los medios técnicos de entonces, lo hizo en menos de un año… Entre la semana Santa de 1975 y la de 1976…

Como capataz, lo recuerdo muy competente, perfectamente capacitado y conocedor de los entresijos del mundo de abajo. Autodidacta y muy correcto en cuanto a la igualá. A nivel técnico, poco que decir, nunca le dio un golpe al paso, que entiendo que es para lo que está un capataz por fuera, pues siempre he pensado que la labor de un capataz cuando manda a sus costaleros desde fuera, es precisamente esa. Todo lo demás, hay que haberlo hecho antes y hay que llegar al día grande con los deberes hechos y sólo para disfrutar y recoger el fruto del trabajo realizado… Duro y exigente con el trabajo, no. Lo siguiente. Con un valor que rozaba la temeridad, le quitó las ruedas al paso y a base de entrenar el cuerpo a tierra un millón de veces, consiguió demostrar que, con casta, con lo que los hombres tenemos tres cuartas más debajo de donde se anuda la corbata, saber hacer y perfección en el trabajo, nuestro Señor podía salir a la calle solo con su pericia y maestría, el excepcional trabajo de sus costaleros, los mandos justos y precisos y con la solemnidad que se merecía…

Tuvo claro desde el primer momento que, la primera era la Pipi y que la última era Pacheco para conseguir la medida justa de aquel izquierdo por delante que soñó para su Bendito Cristo…

Podría estar hablando de Juan días enteros, pero creo sinceramente que, con lo dicho, basta por hoy. Lo bueno, si breve, dos veces bueno.

Poco más voy a añadir… Alguien tan absolutamente singular, especial, único e irrepetible como jamás he vuelto a conocer en mi vida. Y que con él, se rompió el molde.

Pero llegó el nefasto día 14 del mes de noviembre de 1976 y nuestro bendito Señor del Soberano Poder y Su amantísima Madre de la Salud

lo llamaron para tenerlo a Su lado. Ese día se fue al cielo el hombre, sí. Pero también nació la leyenda… Y que fue tal la conmoción y el impacto que el conocerlo y disfrutarlo, produjeron en lo que entonces, eran mi presente y mi futuro, que puedo asegurar que literalmente, me he quedado huérfano dos veces… El día que murió mi padre y el día que murió Juan Vizcaya…

Solo me resta reconocer que, junto con mi padre, me hicieron ser tal como soy. Me inculcaron a fuego para siempre que querer es poder… Que la recompensa llega tras el esfuerzo y que, para ser buen costalero, antes y, en primer lugar, hay que ser buen hombre…  Con todo lo que eso conlleva.

A día de hoy, le sigo agradeciendo todo lo mucho y bueno que me aportó en todos los niveles de la existencia y dando infinitas gracias a nuestro Señor y a Su bendita Madre por haberlo cruzado en mi camino.

Más pronto que tarde nos volveremos a reunir Juan… Tú sabes que, desde tu partida, siempre tengo la ropa preparada para acudir a tu llamada… Llama cuando quieras…

 


IV

 

Como quiera que los designios de mi Señor son inescrutables, tras una hilarante conversación al terminar un entrenamiento en la O, en la que nuestro Francisco Gómez Reyes, (La pipi) y nuestro José Manuel Pacheco, (el compadre), junto con varios miembros de la cuadrilla de nuestro Jorobaito… Chusco, el chili y varios correligionarios más, quedamos para ir aquel bendito miércoles a la avenida de Coria a las 21,00 horas, todos nos propusimos acudir a la cita para intentar formar parte de aquello que a todas luces, parecía una locura…

Ajeno como estaba a lo que me quedaba por venir, debo decir que más que deseo, en este caso fue curiosidad, así que aquel miércoles, tras terminar mi jornada laboral y volver a mi casa, recogí los bártulos y al ver mi padre que lo que cogía era el costal y preguntarme que donde iba, al responderle yo que, a San Gonzalo, medio en serio medio en broma, mi padre con cara de sorna, le dijo a mi madre que preparara una muda, (calzoncillos), para cuando volviera… Y ya un poco más en serio, me advirtió que aquello no era ningún juego y que el paso era de los de tener cuidado… Así que quizá algo compungido y afligido por aquel comentario, dirigí mis pasos hacia la cita que cambiaría mi vida ya para siempre.

Debo confesar que con un poco más de miedo que vergüenza, me vi andando por Virgen de Aguas Santas hacia República Argentina y derechito por López de Gomara para al llegar a la esquina de San Jacinto, enfilar la avenida de Coria.

Allí, tras el vetusto y ajado portalón de madera gris, que destacaba entre la ruina y los desconchones de las paredes del viejo convento, al traspasar la pequeña puerta que daba acceso al almacén, me encontré de frente con la realidad de la hermandad por aquel entonces. La rampa de cemento que daba acceso al fondo de la nave, telarañas en el techo que hubiesen pasado por sabanas de matrimonio, una variopinta amalgama de enseres procesionales poco o nada cuidados, una especie de ropero sin puertas donde estaban las bolsas de las túnicas de la hermandad…

Al fondo, a la derecha estaba desmontada la parihuela del palio y todo el fondo de la izquierda, estaba ocupado por aquella mole oscura que, tapada por un enorme paño, intuí que era el paso de cristo de San Gonzalo. Bajo el paso, todo un sinfín de cajas, dos barreños de cinc, bolsas, etc… Todo ello mal iluminado por la escasa luz de la que disponía el almacén… Más o menos igual que todos los almacenes de pasos que conocía hasta la fecha…

Para completar el cuadro, a la derecha, según se entraba, una especie de oficina hecha con madera y cristales a media altura que hacía las veces de oficina, de mayordomía, secretaría, priostía… Y un señor algo mayor para mi entonces, con aspecto apacible y bonachón, al que después llegué a querer como si fuera de mi familia, de nombre Emilio. D. Emilio Cano Carbonero…

Una vez me presenté, al preguntarle por la cuadrilla de costaleros y el capataz, me informó que estaban en la Plaza… Y hacia allí dirigí mis pasos…

Para mi sorpresa, Juan no había llegado aún, (siempre ha sido una de las virtudes de la cuadrilla de San Gonzalo…La puntualidad), y el resto de la “cuadrilla”, por definirla de alguna manera, le daba patadas a una naranja en aquella nuestra querida plaza, en homologo simulacro de partido de futbol…

He entrecomillado la palabra cuadrilla por varias razones… Quizás, en primer lugar, por la sorpresa que me causó la edad de los componentes, más o menos la mía. Y aunque en los pinitos que yo había realizado como aprendiz de costalero, éramos pocos lo jóvenes y muchos los mayores, allí era todo lo contrario.  En segundo lugar, porque un paso como aquel, que ya había reventado a más de una cuadrilla de las de leyenda, (le apodaban el matahombres…), incluso a día de hoy, sigo creyendo sinceramente que para los que estábamos en la plaza, era mucha carne para tan poco guiso y sigo creyendo a día de hoy, que también me impresionó el hecho de que fuéramos tan pocos efectivos y tan escasa la tropa, pero en fin…

Así podría seguir hasta mañana, dando razones para salir corriendo de allí, sin volver la cara siquiera, pero no, yo quizás porque Él siempre me ha puesto donde más me convenía, me quedé con aquel grupo…

A la esquina llegó corriendo un chaval, lamento no recordar el nombre, que nos avisó que Juan había llegado y todos nos dirigimos al almacén.

Y al llegar al almacén de San Gonzalo, nos esperaba Juan Vizcaya.

 


III

Como digo, ya por esos días, había conocido a la que para siempre sería el gran amor de mi vida. Esa muchacha a la que bastó mucho menos de lo que dura un instante para hacerme enteramente suyo para siempre…

Ya había hecho yo mis pinitos bajo los faldones y no dudaba en acudir donde fuera, para incluso sin cobrar y sabiendo que otro, sin trabajar, se ganaba la exigua soldada que el capataz de tal o cual cofradía de penitencia o de gloria, tuviera a bien estipular, y así poder estar, aunque solo fuera un segundo con mi amada muchacha… Esa por la que perdí y sigo a día de hoy perdiendo los sentidos, la honrra, el honor y la poca cordura que mi Señor y Su bendita Madre tuvieron a bien concederme.

Por aquellos días ya se germinaba en diferentes puntos de nuestra Sevilla y nuestra Triana del alma, lo que en el futuro se haría llamar el fenómeno de los mal llamados costaleros hermanos. Entonces, solo éramos unos jóvenes medio locos que, además, le estábamos quitando el pan a honrrados padres de familia… Desde que Salvador Dorado Vázquez, sacara al bendito Cristo de la buena muerte de los estudiantes con costaleros aficionados y a la Santísima Virgen de las Aguas del Salvador, ya la suerte estaba echada.

Pues como digo en aquellos días, yo ya formaba parte del grupo joven de la hermandad de la O, donde además de buenísimas personas, también había costaleros extraordinarios. Allí, a las órdenes de José Y de Rafael Ariza, entrenábamos para sacar a nuestro Jorobaito del alma.

También por entonces, aguardando la salida de las bellas y lozanas mozas a las que cortejábamos en Bolsos Casal de la calle Sierpes, tuve la fortuna de entablar amistad con mi queridísimo, respetado y admirado José Montero Pareja, (el camello), ¿Te acuerdas Pepe?... Con el cantarito, que a la sazón trabajaba en las oficinas de Antonio Pulpón y con Carmelo, Antonio Barrera… En fin, para que seguir dando nombres… Todos ellos con las mismas inquietudes que el que estas letras firma y que éramos capaces de meternos hasta debajo de los pasos de cebra, que, por cierto, aun no estaban pintados en nuestras calles.

Tras a dejar a nuestras doncellas a buen recaudo en sus hogares paternales a una hora tan temprana que hoy incluso llevaría a la risa, nos reuníamos para dar rienda suelta a nuestras conversaciones, ilusiones y proyectos, todos ellos teniendo que ver con el mundo del costal y la trabajadera en lugares como la taberna del carateta, (Pepe el muerto) o en lugares aun de más dudosa reputación… Téngase en cuenta que por entonces una caña de cerveza costaba entre 3 y 5 pesetas, un paquete de tabaco entre 5 y 10 pesetas y un tanque de cerveza 7 pesetas… Y que por 25 o 30, te podías tomar una copa de matarratas con Pepsi cola, (llámese ginebra Arpón Gyn o Gyn Fizz) … Así tenemos los estómagos la mitad…

Así que en cuanto pudimos, nos unimos al movimiento de jóvenes aficionados al costal y comenzó la andadura por este mundillo de tantos que, como nosotros, sentíamos que bullía por nuestras venas el deseo de ser costaleros a toda costa…

Por entonces, sin tanta alharaca como ahora, los entrenamientos eran siempre de noche… Aprovechando desde que la gente terminaba de trabajar, hasta que los cuerpos aguantaran, sin importar la hora de terminar, pues siempre he dicho que es condición sine qua non, que para ser costalero hay que ser gente de medio mal vivir y peor dormir…

En esas noches de entrenamientos, como digo, tanto en el germen de la cuadrilla de la O, como de la cuadrilla de Jesús despojado de sus vestiduras, cuando terminábamos y como casi siempre, debido a lo tardío de la hora en que acababan los mismos, nos tomábamos alguna que otra cerveza en algún lugar que estuviera abierto y que, por la cercanía, casi siempre terminábamos en la Torrecilla, allí conocí a D. Juan Vizcaya Vargas…