VIII
Antes de proseguir con el
relato, creo que no sería justo por mi parte el no abrir el pecho para dar las
gracias… Si amigos. Nunca me cansaré de dar infinitas gracias a todas aquellas
personas que, con su fe ciega en nuestro Juan, y con su cariño y comprensión a
todos aquellos que escuchamos la llamada de nuestro bendito Señor del Soberano
Poder para formar aquella cuadrilla de mis sueños, nos ayudaron a conseguirlo…
Aún hoy, no acierto a
imaginar cuantos esfuerzos, cuantos desvelos, debates, discusiones y malos
ratos, cuantos sacrificios tanto a nivel económico, como afectivo, como de
absoluta índole personal, hicieron para hacer posible que se realizara
semejante gesta… A todos ellos desde aquí, sigo dando las gracias por confiar
en nosotros, apenas unos muchachos y apoyar aquella utópica aspiración de formar
una cuadrilla de costaleros para nuestro Señor… A esos hombres y mujeres, que
amorosa y desinteresadamente, de una u otra forma, ayudaron a que se llevara a
buen puerto la empresa o que se privaban de horas de descanso y de sueño, para
que no nos faltara el bocadillo en aquellas madrugadas eternas cuando, al
llegar a Correos en algún entrenamiento o en la prueba real, a las tantas de la
noche, deteníamos unos momentos la agotadora marcha, para un fugaz descanso y
tras el tentempié, continuar nuestro camino en pos de la gloria costalera…
Imposible se me hace el
poder mencionarlos a todos y a todas… Pero para el recuerdo emocionado,
mencionar a la esposa de nuestro Juan y a tantas otras como no soy a estas
alturas de mi vida, capaz de poner nombre… Ni tan siquiera cara… Como olvidar
los desvelos de nuestro hermano mayor, D. Antonio Garduño Navas… Gran artífice,
no solo por su cargo, de que se llevara a cabo esta descomunal empresa… En su
mandato, se concibió la hechura de nuestro bendito Cristo… Ya sólo por eso,
debería pasar a la historia de nuestra hermandad y de Sevilla, por ser el
instrumento del que la Providencia se sirvió, para conseguir traer a nuestra
ciudad, para todos nosotros y para las generaciones venideras, la prodigiosa y
portentosa efigie del Hijo de Dios que, desde Su llegada a nuestra Iglesia de
san Gonzalo, tanto amamos, admiramos y veneramos…
Desde el primer momento
confió plenamente en el proyecto. Apoyó incondicionalmente las iniciativas y
las remodelaciones que se efectuaron en el paso y siempre nos acompañó en cada
uno de los entrenamientos… Como olvidar el derroche de amor paternal que
nuestro Emilio Cano Carbonero, derramaba en el trato con “sus niños” de San
Gonzalo… Nunca nos faltó al llegar al almacén el bocadillo, o las perolas de papas
con huevo… O los guisos con los que nos deleitaba alguna vez, estoy seguro que
hasta pagados de su bolsillo… Un bolsillo como todos los de entonces… Todo,
absolutamente todo, les parecía poco para aquella muchachada que se dejaba la
piel en cada entrenamiento en pos de conseguir el tan anhelado sueño… Aquel
hombre, de aspecto bonachón, al que siempre recordaré con el mayor de los
afectos, con su simpatía y su ternura… Sentado en el fondo de la oficina de
aquel almacén de mis mejores y más gratos recuerdos…
Como olvidar a Eustaquio o
a Cerezal… Y a tantos como en las buenas y en las malas, siempre estuvieron a
nuestro lado para arroparnos y envolvernos con su cariño, su consideración y su
respeto a lo que estábamos intentando conseguir…
Que eran otros tiempos
como ya he dicho en varias ocasiones… Pues sí. Que, como también he repetido y
repetiré hasta la saciedad, las circunstancias de toda índole eran otras, pues
también. Pero de lo que estoy completamente seguro a día de hoy, es que las
muchas carencias y privaciones que se manifestaron en aquellos días, las faltas
e inconvenientes que surgieron, todos los impedimentos y contrariedades, todos
los problemas y trabas que afloraron para derrotar a aquellos bravos y
temerarios soñadores, se vencieron con AMOR y HUMILDAD… Con FE, con CASTA… Con
CORAZON, ENTREGA, CORAJE… Con SANGRE, con SUDOR y con muchas LAGRIMAS… Y con un
VALOR que rayaba casi en la temeridad… Nada nos arredró ni acobardó en ningún
momento, ni a los unos ni a los otros.
De la mano, cada uno y cada una de los que contribuyo a la consecución
de este maravilloso sueño, caminamos por un sendero que, tras muchos esfuerzos
y sacrificios por parte de todos y todas, nos condujo a la gloria de la
hermandad que hoy conocemos…
No perdamos esos valores
hermanos… AMOR, AMOR y AMOR… HUMILDAD, HUMILDAD y HUMILDAD… CARIDAD, CARIDAD y
CARIDAD…
Esas consignas, estoy
convencido absolutamente, son las que nos han traído hasta donde estamos… De
caber toda la cofradía en seis folios mal colgados en aquella ajada y vetusta
puerta de madera gris, en la que cabía toda la cofradía por entonces, de sobrar
espacio en nuestra Iglesia para los pasos, los nazarenos y los servidores de la
misma el Lunes Santo… De ser sólo unos pocos los que veían el discurrir de la
cofradía de ida y de vuelta por las calles de nuestra ciudad… De ver a nuestro
Padre Soberano y a nuestra Madre de la Salud regresar solos hasta Su casa…
A la bendita marea blanca
en que se convierte Triana cuando va a la Santa Iglesia Catedral el mejor lunes
del año y la muchedumbre que se arremolina en torno a nuestra hermandad desde
que se pone la Cruz de guía en la puerta hasta que, triunfalmente y loor de
multitudes, termina nuestra estación de penitencia ya en la madrugada del
Martes Santo, sólo ha pasado poco menos de medio siglo… Cincuenta años en los
que muchos hombres y mujeres han llegado, han estado, muchos siguen, otros se
han marchado… Muchos otros y otras ya nos esperan en la casa del Padre… Esto es
la vida… Esto es la Hermandad… Pero Ellos, nuestro Señor y Su bendita Madre
permanecen… Nos ha sido confiado por un tiempo un maravilloso legado…
Conservémoslo, ampliémoslo, enriquezcámoslo y transmitámoslo a las futuras
generaciones de hermanos que ya vienen empujando… AMOR, HUMILDAD y CARIDAD
hermanos, y no lo olvidemos nunca… Desde el cielo, los que ya partieron, nos
están mirando… Seamos dignos de su memoria.
Va por todos ellos… Un
beso emocionado al cielo.
Continuará...
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