miércoles, 10 de agosto de 2022
A mis hermanos de San Gonzalo...
Aquella mañana, bajo el naranjo
De la avenida de Coria
Con la mirada y la memoria
Perdidas, los ojos enturbiados
Por la melancolía y el corazón
Y el alma a mil por hora…
Este pobre y viejo sesentón,
Casi a escondidas, tras las gafas
Y bajo la gorra a modo de mascara.
A solas y entre una ola de recuerdos
Que pugnaban por gritar en mi garganta
Así, sin atreverme ni a acercarme,
De lejos, miraba a los afortunados
Que más pronto que tarde…
Podrían vivir la gloria de estar bajo el paso.
Allí, a solas, recordando aquellos días
En los que después de trabajar,
Más que correr, casi volaba
Hasta mi barrio, hasta mi casa…
Donde desde la noche pasada,
Pacientemente me aguardaban
El macuto y las zapatillas,
Mi chaleco azul, mi faja y mi costal
Y otra vez a correr… Para poder entrenar
O para poder hacer la mudá.
Con la cordura, entre recuerdos, casi perdida…
Mis ojos se pierden en el infinito
Espacio tras el portalón que atesora
El sacro objeto de mi gran amor perdido…
Compitiendo con el sol que llena una avenida
Que el tiempo, casi se ha encargado de borrar
De mi memoria y mis sentidos...
Me parece que fuera ayer mismo
Cuando nuestro capataz nos citaba
A las nueve y media y pacientemente,
Aguardaba a que fuéramos más de veinte
Los que estuviéramos en Casimiro…
Y así, medio poder completar la igualá…
Después, tras los momentos de espera
Que cada uno llevábamos a nuestra manera,
Llegaba el momento de la verdad.
¡¡¡ Pacheco… ¡Que voy a llamar…!!!
Un martillazo seco y el paso… A volar.
Notando como cuando caía el paso
Nos llevaba a la gloria de Parnaso…
Como calaba en aquellos jóvenes corazones
La sensación agridulce de ser niños-hombres…
Cuando todos a la vez y a base de casta y de fuerza,
Conseguíamos llevar casi al cielo la trabajadera.
La faja en su sitio, la ropa bien puesta…
La llamada del martillo, exigiendo
El esfuerzo máximo a nuestra naturaleza.
Descubrir entre sollozos, el disfrutar sufriendo…
Que poco importaba todo, ni la hora de acabar
Que mañana es jueves y hay que trabajar…
Ni la hora a la que abre la estrellita, el pequeño bar
Donde casi siempre acabábamos desayunando…
Un café y una copa de aguardiente, bálsamo celestial
Que eclipsaba el cansancio, la inquietud
Y los temores, que todo lo podía nuestra juventud…
Y en algo, endulzaba un poco, la lamentable realidad
De ser muy pocos bajo un portentoso paso…
Que, en cada entrenamiento, intentaba doblegarnos.
Así nació en nuestros adentros
El inenarrable sentimiento
Que nos impulsaba a seguir allí abajo…
Bajo el paso de nuestro Soberano…
Sin relevos, una llamada tras otra…
Tú, empujando mientras el paso te empotra
Contra el suelo, mientras gota a gota,
Con el sudor escribías la historia
De una cuadrilla que siempre estará en mi memoria…
Mientras para aliviar la sed, nuestro aguaor…
Nuestro Juanele, con el jarrillo de lata,
Cantando el ¡¡ Anda niña…!! Como el mejor tenor
Las veces que se acercaba,
Nos daba un poco de agua.
Y así, día tras día… todas las semanas.
Hoy todos aquellos costaleros,
No somos más que un viejo recuerdo….
Con el alma llena de cicatrices y el cuerpo
Sin aquella vitalidad que nos hacía parecer de acero.
Viejos… Sí, pero con el corazón satisfecho…
Y la mirada perdida en algún secreto y arcano sendero,
Porque asomados a los balcones del cielo
Estarán mirando todos aquellos hombres buenos,
Compañeros de tardes y noches de gloria…
Que contribuyeron a escribir esta historia…
Y que dejaron esta vida al compás de un izquierdo eterno,
Llevando por escudo su hombría de bien y un costal,
Para a la voz de Su capataz, poder entrar en el cielo
Sobre los pies, como lo hacen los hombres buenos.
No lo olvidéis hermanos. Desde el cielo os están viendo.
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