II
Eran
otros tiempos… Crisis económica generalizada en un país que corría con loco
frenesí hacia el final de una época, marcada por el devenir de años convulsos…
Tiempos difíciles de enormes carestías, sueldos de miseria y poca ropa en el
armario… Mucho trabajo y pocos dineros, de diteros para estrenar en el mejor de
los domingos del año y de olor a puchero en nuestras calles… De tener que dejar
los estudios para ponerte a trabajar y ayudar en casa, pues no había más
remedio y un horizonte desolador en lontananza…Tiempos de trencas y vaqueros,
botines de la tórtola y como mucho un par de duros (10 pesetas) para el paquete
de peninsulares largos y una cerveza en el bar del chino… ¿Te acuerdas José
Luis?...
No
amigos. Yo no nací en el barrio… Ni tan siquiera en Triana. Nací en el barrio
torero de San Bernardo. Allí crecí a la sombra del campanario de la iglesia que
da nombre al barrio. En una casa muy humilde sí, pero que, gracias a mis
queridísimos, respetadísimos y admiradísimos padres, estaba llena de amor. De
un amor inmenso y de los valores que, a día de hoy, aun guardo y guardaré
siempre como un tesoro… En aquella Iglesia y en mi pequeña casa, mis padres
comenzaron a inculcarme la bendita fe que profeso a Mi Señor y Dios
omnipotente, a Su bendito hijo, nuestro Señor Jesucristo y a Su Santísima
Madre… Que por entonces y bajo las advocaciones de Salud y Refugio, eran mi
norte y guía…
El
mayor como soy de mis hermanos, tuve la gran suerte de disfrutar los mejores
años de mi padre. No había un desfile, ni una procesión, ni un evento que
tuviera que ver con el olor a incienso, en el que no me hallara yo… A todas
partes me llevaba en el transportin de la bicleta que también le servía para ir
a Hytasa donde trabajaba… Su afición más desmedida eran los pasos… La semana
Santa, su Real Betis balompié, del que me confieso entusiasta seguidor y
simpatizante incondicional desde la cuna, y el trabajar sin descanso para sacar
adelante con dos y a veces hasta tres trabajos a la numerosa familia que el
Señor le había regalado.
También
no deja de ser cierto que, junto a él, como a modo de revelación iniciática,
comencé a conocer todos y cada uno de los puntos neurálgicos donde se cocía por
entonces todo lo referente a su pasión más desmedida, es decir las tabernas
donde se hacían las listas, donde se reunían los costaleros asalariados y donde
en tertulias interminables, se arreglaban las cofradías…Nada nuevo bajo el sol.
Allí,
junto a aquellos hombres, entre el olor a vino tinto barato, a cerveza, a
tabaco, a serrín por el suelo y altramuces y aceitunas, comenzó a entrar por y en
mis venas, el bendito veneno que tantos dolores de espalda, tantas
satisfacciones, tantas experiencias inenarrables y tantos buenos amigos, me ha
proporcionado en la vida… Eran tiempos de El Punto, el Montúa y del Colmo… De casa
la Viuda, casa Silva o la Moneda, donde debajo de la barra, se guardaban
celosamente algunas ropas por si le hacía falta de pronto a algún hombre, echar
una mano a algún capataz en cualquier paso o cualquier corría, de casa Antonio
y el Vargas en la calle Rodrigo de Triana, de Portela o de la taberna de
Francisco Reyes en la Calle Castilla.
En
1975, trabajaba como auxiliar y repartidor en la farmacia de la calle Niebla,
número 50 de D. Miguel Sánchez Luque, donde a lomos de una bicicleta Orbea,
(siempre la bicicleta), con el cuadro de hierro, sin frenos y sin luces, más
que correr volaba por los Remedios y Triana, repartiendo los pedidos de
medicinas a las acaudaladas familias del barrio, un barrio al que en la
primavera de 1973, por avatares del destino llegué con mis padres, cuando, a la
vez que la feria de Abril, nos mudamos para vivir en el mismo.
Pues
eso… Que tuve que cambiar de puente
Y
de amigos… Qué suerte Señor. Qué suerte
Nacer
y criarme en San Bernardo…
Y
por un bendito azar,
Cambiar
el clavel y el geranio
Por
el naranjo preñao de azahar,
Llegar
a Triana y poder lograr
Ser
costalero de San Gonzalo…
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