martes, 2 de agosto de 2022

 


II

 

Eran otros tiempos… Crisis económica generalizada en un país que corría con loco frenesí hacia el final de una época, marcada por el devenir de años convulsos… Tiempos difíciles de enormes carestías, sueldos de miseria y poca ropa en el armario… Mucho trabajo y pocos dineros, de diteros para estrenar en el mejor de los domingos del año y de olor a puchero en nuestras calles… De tener que dejar los estudios para ponerte a trabajar y ayudar en casa, pues no había más remedio y un horizonte desolador en lontananza…Tiempos de trencas y vaqueros, botines de la tórtola y como mucho un par de duros (10 pesetas) para el paquete de peninsulares largos y una cerveza en el bar del chino… ¿Te acuerdas José Luis?...

No amigos. Yo no nací en el barrio… Ni tan siquiera en Triana. Nací en el barrio torero de San Bernardo. Allí crecí a la sombra del campanario de la iglesia que da nombre al barrio. En una casa muy humilde sí, pero que, gracias a mis queridísimos, respetadísimos y admiradísimos padres, estaba llena de amor. De un amor inmenso y de los valores que, a día de hoy, aun guardo y guardaré siempre como un tesoro… En aquella Iglesia y en mi pequeña casa, mis padres comenzaron a inculcarme la bendita fe que profeso a Mi Señor y Dios omnipotente, a Su bendito hijo, nuestro Señor Jesucristo y a Su Santísima Madre… Que por entonces y bajo las advocaciones de Salud y Refugio, eran mi norte y guía…

El mayor como soy de mis hermanos, tuve la gran suerte de disfrutar los mejores años de mi padre. No había un desfile, ni una procesión, ni un evento que tuviera que ver con el olor a incienso, en el que no me hallara yo… A todas partes me llevaba en el transportin de la bicleta que también le servía para ir a Hytasa donde trabajaba… Su afición más desmedida eran los pasos… La semana Santa, su Real Betis balompié, del que me confieso entusiasta seguidor y simpatizante incondicional desde la cuna, y el trabajar sin descanso para sacar adelante con dos y a veces hasta tres trabajos a la numerosa familia que el Señor le había regalado.

También no deja de ser cierto que, junto a él, como a modo de revelación iniciática, comencé a conocer todos y cada uno de los puntos neurálgicos donde se cocía por entonces todo lo referente a su pasión más desmedida, es decir las tabernas donde se hacían las listas, donde se reunían los costaleros asalariados y donde en tertulias interminables, se arreglaban las cofradías…Nada nuevo bajo el sol.

Allí, junto a aquellos hombres, entre el olor a vino tinto barato, a cerveza, a tabaco, a serrín por el suelo y altramuces y aceitunas, comenzó a entrar por y en mis venas, el bendito veneno que tantos dolores de espalda, tantas satisfacciones, tantas experiencias inenarrables y tantos buenos amigos, me ha proporcionado en la vida… Eran tiempos de El Punto, el Montúa y del Colmo… De casa la Viuda, casa Silva o la Moneda, donde debajo de la barra, se guardaban celosamente algunas ropas por si le hacía falta de pronto a algún hombre, echar una mano a algún capataz en cualquier paso o cualquier corría, de casa Antonio y el Vargas en la calle Rodrigo de Triana, de Portela o de la taberna de Francisco Reyes en la Calle Castilla.

En 1975, trabajaba como auxiliar y repartidor en la farmacia de la calle Niebla, número 50 de D. Miguel Sánchez Luque, donde a lomos de una bicicleta Orbea, (siempre la bicicleta), con el cuadro de hierro, sin frenos y sin luces, más que correr volaba por los Remedios y Triana, repartiendo los pedidos de medicinas a las acaudaladas familias del barrio, un barrio al que en la primavera de 1973, por avatares del destino llegué con mis padres, cuando, a la vez que la feria de Abril, nos mudamos para vivir en el mismo.

 

Pues eso… Que tuve que cambiar de puente

Y de amigos… Qué suerte Señor. Qué suerte

Nacer y criarme en San Bernardo…

Y por un bendito azar,

Cambiar el clavel y el geranio

Por el naranjo preñao de azahar,

Llegar a Triana y poder lograr

Ser costalero de San Gonzalo…

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