martes, 2 de agosto de 2022

 


III

Como digo, ya por esos días, había conocido a la que para siempre sería el gran amor de mi vida. Esa muchacha a la que bastó mucho menos de lo que dura un instante para hacerme enteramente suyo para siempre…

Ya había hecho yo mis pinitos bajo los faldones y no dudaba en acudir donde fuera, para incluso sin cobrar y sabiendo que otro, sin trabajar, se ganaba la exigua soldada que el capataz de tal o cual cofradía de penitencia o de gloria, tuviera a bien estipular, y así poder estar, aunque solo fuera un segundo con mi amada muchacha… Esa por la que perdí y sigo a día de hoy perdiendo los sentidos, la honrra, el honor y la poca cordura que mi Señor y Su bendita Madre tuvieron a bien concederme.

Por aquellos días ya se germinaba en diferentes puntos de nuestra Sevilla y nuestra Triana del alma, lo que en el futuro se haría llamar el fenómeno de los mal llamados costaleros hermanos. Entonces, solo éramos unos jóvenes medio locos que, además, le estábamos quitando el pan a honrrados padres de familia… Desde que Salvador Dorado Vázquez, sacara al bendito Cristo de la buena muerte de los estudiantes con costaleros aficionados y a la Santísima Virgen de las Aguas del Salvador, ya la suerte estaba echada.

Pues como digo en aquellos días, yo ya formaba parte del grupo joven de la hermandad de la O, donde además de buenísimas personas, también había costaleros extraordinarios. Allí, a las órdenes de José Y de Rafael Ariza, entrenábamos para sacar a nuestro Jorobaito del alma.

También por entonces, aguardando la salida de las bellas y lozanas mozas a las que cortejábamos en Bolsos Casal de la calle Sierpes, tuve la fortuna de entablar amistad con mi queridísimo, respetado y admirado José Montero Pareja, (el camello), ¿Te acuerdas Pepe?... Con el cantarito, que a la sazón trabajaba en las oficinas de Antonio Pulpón y con Carmelo, Antonio Barrera… En fin, para que seguir dando nombres… Todos ellos con las mismas inquietudes que el que estas letras firma y que éramos capaces de meternos hasta debajo de los pasos de cebra, que, por cierto, aun no estaban pintados en nuestras calles.

Tras a dejar a nuestras doncellas a buen recaudo en sus hogares paternales a una hora tan temprana que hoy incluso llevaría a la risa, nos reuníamos para dar rienda suelta a nuestras conversaciones, ilusiones y proyectos, todos ellos teniendo que ver con el mundo del costal y la trabajadera en lugares como la taberna del carateta, (Pepe el muerto) o en lugares aun de más dudosa reputación… Téngase en cuenta que por entonces una caña de cerveza costaba entre 3 y 5 pesetas, un paquete de tabaco entre 5 y 10 pesetas y un tanque de cerveza 7 pesetas… Y que por 25 o 30, te podías tomar una copa de matarratas con Pepsi cola, (llámese ginebra Arpón Gyn o Gyn Fizz) … Así tenemos los estómagos la mitad…

Así que en cuanto pudimos, nos unimos al movimiento de jóvenes aficionados al costal y comenzó la andadura por este mundillo de tantos que, como nosotros, sentíamos que bullía por nuestras venas el deseo de ser costaleros a toda costa…

Por entonces, sin tanta alharaca como ahora, los entrenamientos eran siempre de noche… Aprovechando desde que la gente terminaba de trabajar, hasta que los cuerpos aguantaran, sin importar la hora de terminar, pues siempre he dicho que es condición sine qua non, que para ser costalero hay que ser gente de medio mal vivir y peor dormir…

En esas noches de entrenamientos, como digo, tanto en el germen de la cuadrilla de la O, como de la cuadrilla de Jesús despojado de sus vestiduras, cuando terminábamos y como casi siempre, debido a lo tardío de la hora en que acababan los mismos, nos tomábamos alguna que otra cerveza en algún lugar que estuviera abierto y que, por la cercanía, casi siempre terminábamos en la Torrecilla, allí conocí a D. Juan Vizcaya Vargas…

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