III
Como
digo, ya por esos días, había conocido a la que para siempre sería el gran amor
de mi vida. Esa muchacha a la que bastó mucho menos de lo que dura un instante
para hacerme enteramente suyo para siempre…
Ya
había hecho yo mis pinitos bajo los faldones y no dudaba en acudir donde fuera,
para incluso sin cobrar y sabiendo que otro, sin trabajar, se ganaba la exigua
soldada que el capataz de tal o cual cofradía de penitencia o de gloria,
tuviera a bien estipular, y así poder estar, aunque solo fuera un segundo con
mi amada muchacha… Esa por la que perdí y sigo a día de hoy perdiendo los
sentidos, la honrra, el honor y la poca cordura que mi Señor y Su bendita Madre
tuvieron a bien concederme.
Por
aquellos días ya se germinaba en diferentes puntos de nuestra Sevilla y nuestra
Triana del alma, lo que en el futuro se haría llamar el fenómeno de los mal
llamados costaleros hermanos. Entonces, solo éramos unos jóvenes medio locos que,
además, le estábamos quitando el pan a honrrados padres de familia… Desde que
Salvador Dorado Vázquez, sacara al bendito Cristo de la buena muerte de los
estudiantes con costaleros aficionados y a la Santísima Virgen de las Aguas del
Salvador, ya la suerte estaba echada.
Pues
como digo en aquellos días, yo ya formaba parte del grupo joven de la hermandad
de la O, donde además de buenísimas personas, también había costaleros
extraordinarios. Allí, a las órdenes de José Y de Rafael Ariza, entrenábamos
para sacar a nuestro Jorobaito del alma.
También
por entonces, aguardando la salida de las bellas y lozanas mozas a las que
cortejábamos en Bolsos Casal de la calle Sierpes, tuve la fortuna de entablar
amistad con mi queridísimo, respetado y admirado José Montero Pareja, (el
camello), ¿Te acuerdas Pepe?... Con el cantarito, que a la sazón trabajaba en
las oficinas de Antonio Pulpón y con Carmelo, Antonio Barrera… En fin, para que
seguir dando nombres… Todos ellos con las mismas inquietudes que el que estas
letras firma y que éramos capaces de meternos hasta debajo de los pasos de
cebra, que, por cierto, aun no estaban pintados en nuestras calles.
Tras
a dejar a nuestras doncellas a buen recaudo en sus hogares paternales a una
hora tan temprana que hoy incluso llevaría a la risa, nos reuníamos para dar
rienda suelta a nuestras conversaciones, ilusiones y proyectos, todos ellos
teniendo que ver con el mundo del costal y la trabajadera en lugares como la
taberna del carateta, (Pepe el muerto) o en lugares aun de más dudosa
reputación… Téngase en cuenta que por entonces una caña de cerveza costaba
entre 3 y 5 pesetas, un paquete de tabaco entre 5 y 10 pesetas y un tanque de
cerveza 7 pesetas… Y que por 25 o 30, te podías tomar una copa de matarratas
con Pepsi cola, (llámese ginebra Arpón Gyn o Gyn Fizz) … Así tenemos los
estómagos la mitad…
Así
que en cuanto pudimos, nos unimos al movimiento de jóvenes aficionados al
costal y comenzó la andadura por este mundillo de tantos que, como nosotros,
sentíamos que bullía por nuestras venas el deseo de ser costaleros a toda
costa…
Por
entonces, sin tanta alharaca como ahora, los entrenamientos eran siempre de
noche… Aprovechando desde que la gente terminaba de trabajar, hasta que los
cuerpos aguantaran, sin importar la hora de terminar, pues siempre he dicho que
es condición sine qua non, que para ser costalero hay que ser gente de medio
mal vivir y peor dormir…
En
esas noches de entrenamientos, como digo, tanto en el germen de la cuadrilla de
la O, como de la cuadrilla de Jesús despojado de sus vestiduras, cuando
terminábamos y como casi siempre, debido a lo tardío de la hora en que acababan
los mismos, nos tomábamos alguna que otra cerveza en algún lugar que estuviera
abierto y que, por la cercanía, casi siempre terminábamos en la Torrecilla, allí
conocí a D. Juan Vizcaya Vargas…
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