IX
Tras ese brumoso velo que
producen la nostalgia y el inexorable devenir del tiempo… Es ahora, al rescatar
vivencias, momentos y recuerdos de aquella juventud, tan lejana ya en el pasado
cuando, por muy selectiva que pueda llegar a ser la memoria y al cabo de tantos
años, he llegado a comprender la más que justificada mala fama, que tenía el
paso de Cristo de nuestra hermandad de San Gonzalo, entre la gente de abajo por
aquellos entonces…
Era un paso grande, largo,
pesado y estrecho. Con canasto alto y valiente, que cimbraba de una manera tan
singular, que al menos para mí, lo hacía único. Ítem más, tras suprimirse del
mismo, los respiraderos de madera tallada y ser sustituidos por el moldurón de
Guzmán Bejarano, las miradas, al aparecer el paso tras cualquier esquina, al
instante convergían hacia arriba, donde se desarrolla la escena y está el
verdadero centro de todo el conjunto, que no es otro que la prodigiosa,
portentosa y extraordinaria imagen de nuestro bendito Cristo…
Dorado y centelleante, con
quizás el mejor “balcón” de todos los pasos de misterio de nuestra semana
Santa. Con las proporciones justas, (ocho palos), para representar, pese a las
muchas figuras que componen el mismo, el momento más importante de toda la
pasión, cuando nuestro Señor Jesucristo, responde a la pregunta del sumo
sacerdote Caifás: “YO SOY” afirmando Su divinidad… Donde la imagen venerada de
nuestro Señor, destacaba y resplandecía en toda Su majestad… Si ya de por sí,
con aquel dorado San Luis de fondos rojizos y aquel sorprendente conjunto de
candelabros, durante el día, era una verdadera e innegable preciosidad, por las
noches, refulgía de manera rutilante como ningún otro, a la luz de esos
candelabros únicos e inimitables que, en su sobremesa y a lo largo de todo el
perímetro de aquel sinuoso y portentoso canasto, lo iluminaban como a ninguno,
ni en Sevilla ni en cualquier otro sitio del mundo…
Pero ay, por el contrario,
para los costaleros, era un canalla de muchísimo cuidado. Las características
del paso, unido a la dificultad extrema que, tanto a la salida como la entrada
presentaban la puerta y el cancel por sus reducidísimas dimensiones y las
muchas horas que duraba la estación de penitencia, lo hacían temible para las
cuadrillas de costaleros asalariados… El que sacaba San Gonzalo, iba ya tocado
el resto de la semana.
Si bien es cierto que,
tras las modificaciones y reformas realizadas en el paso, quedó algo más
liviano en cuanto al peso, no lo es menos que nosotros, con la absoluta
temeridad y desvergüenza que, desde el primer minuto, lo trabajábamos, lo
teníamos a menos, lo subestimábamos y tuteábamos, (con lo que esas
imprevisibles eventualidades suponen y que son bien conocidas para todo aquel
que haya vivido el privilegio de ponerse un costal en la cabeza, una faja en la
cintura y se haya metido bajo un paso), hacían que para nosotros, también se
convirtiera en un auténtico y despiadado canalla…
A veces, las menos, el muy
bribón y taimado paso, te confiaba y te permitía andarle, mecerlo y poderle sin
ambages… Otras en cambio, puede que, por el transcurso de las horas, el
dilatado e inacabable recorrido y el que, como ya dije antes, desde el primer
minuto, le perdíamos total y absolutamente el respeto, parecía que se convertía
en plomo y te enterraba contra el suelo de manera que te minaba la moral y el
entusiasmo, hasta quitarte las ganas y la afición por el costal…
Así que, entre largos,
tediosos, agotadores y a veces, hasta agónicos entrenamientos, transcurrieron
aquellos meses hasta que, por fin, llegamos a la prueba real… Si amigos míos,
por entonces, quizás para autoconvencerse tanto las Juntas de Gobierno como los
mismos capataces de que aquellos “niños” y no tan “niños”, iban a poder llevar
y traer de manera digna, los pasos durante la estación de penitencia, casi
todas las hermandades, realizaban pruebas reales…
Esas pruebas reales,
consistían en imitar en lo más parecido, el recorrido de la cofradía durante su
estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral… Y que se efectuaban
llevando los pasos hasta la misma, por el mismo o parecido recorrido de ida y
vuelta que en el día grande…
Como anécdota, recuerdo
que cuando aquel día, llegamos a la calle Sierpes, el paso no cupo por la
estrechez de la calle y porque los letreros luminosos de las tiendas de la
misma, aún se encontraban desplegados, pues aún faltaba bastante para la semana
grande. Así que media vuelta y por Tetuán y la Avenida, hasta Correos… La
vuelta, por el puente de San Telmo y por República Argentina hasta López de
Gomara… Y ya por la avenida de Coria, cuando creíamos que todo estaba por
acabar y que nos íbamos a desayunar a la Estrellita… Al parecer de nuestro
capataz, aún no era bastante y nos dimos una vuelta por el barrio… Hasta que,
por fin, creo que convencidos nuestro Juan, y la Junta de Gobierno, lo metimos
en casa…
Una prueba real que
resultó durísima, si, que duda cabe, pero que satisfizo en tan gran manera
tanto a nuestro capataz, a su segundo, a esa junta de gobierno de buenas y
valientes personas que todo lo habían apostado por nosotros y a todos los que
nos acompañaron durante la misma, que aquel día, al llegar casi de mañana al
almacén, todo eran parabienes, alegría y
creo que casi nadie, ni ellos ni nosotros, a pesar del cansancio y la fatiga,
cabía en sí de gozo y satisfacción… Algo impensable a día de hoy. Otros
tiempos. Ni mejores ni peores… Otros tiempos.
Tras aquella prueba real,
los dos últimos entrenamientos… Y a finales de la Cuaresma de 1976, realizamos
la mudá del paso Cristo de la hermandad de la Estrella, el afamado y temible
“zapatero” que estaba por aquel entonces en un almacén de la calle Condes de
Bustillo… Tras una dificultosa salida a tierra… (Siempre a tierra…) con el
romano acostao en lo alto del canasto, Te acuerdas Cucu?... Lo llevamos hasta
la iglesia de San Jacinto, donde hasta ese mismo año 1976 radicó la hermandad
en dos largas y poderosas chicotás… Una vez en la Iglesia y para nuestra mayor
fortuna, de cuarta para atrás, le hicimos el retranqueo al paso de María
Santísima de la Estrella… Experiencias únicas e irrepetibles que se quedan para
los afortunados que disfrutamos el privilegio de hacerlas.
Por fin, llegó el tan
esperado y anhelado día de la mudá… El paso de la Santísima Virgen de la Salud,
estaba puesto a horcajadas entre la puerta del almacén y el paso de nuestro
Señor, entre el suelo y la rampa de acceso al mismo, con los zancos traseros
recogidos y en el suelo, a la altura de la zambrana, sobre las ruedas que
facilitaban la salida y entrada del paso palio y con los zancos delanteros en
posición normal de marcha. Todo el paso montado a excepción de la Santísima
Virgen… De cuarta para atrás lo sacamos del almacén y por el recorrido más
corto, a nuestra iglesia de San Gonzalo, donde de rodillas y por primera vez en
la historia de la hermandad, metimos el paso… Una vez en su sitio, volvimos al
almacén y con la ilusión desbordada, los corazones que no nos cabían en el
pecho y creyéndonos que podíamos con todo, nos fuimos para la iglesia… Pueden
creerme amigos míos, cuando les cuento esto, que aquella cuadrilla tenía el “a
tierra” tan entrenado e interiorizado, que cuando llegamos a la puerta, después
de hacer bastante más de media calle Virgen de la Salud, precisamente “a
tierra” para calentar y llegó el tan temido momento por todos nosotros y por
algunos de los que estaban fuera observando el momento, (entre los que se
encontraba mi llorado, queridísimo, admirado y recordado padre), de meter el
paso en la Iglesia. Ahora, sin falsas modestias, puedo asegurar, sin temor a
equivocarme, que aquello que por entonces parecía tan impensable, tan
imposible… Meter aquel durísimo y enorme paso por la estrechez y la
reducidísima altura de la puerta de nuestra iglesia “a tierra”, ante la
incredulidad de todo aquel que aún dudaba de la increíble pericia de Juan
Vizcaya y del insultante poderío de la cuadrilla, fue como la seda… Ni el más
mínimo roce, ni el menor problema… Parecía que toda la vida habíamos estado
haciendo aquello… Él, nuestro bendito Cristo del Soberano Poder, siempre nos ha
mirado con ojos de misericordia…
Ya con el paso puesto en
el lugar previsto para la celebración de cultos y preparación de la cofradía…
Nos retiramos cada uno a donde mejor le pareció… Unos, creo que los más, a
cualquiera de los bares cercanos a celebrarlo, otros, con sus novias o a sus
casas… Pero todos, absolutamente todos, con la certeza de que podíamos hacer
cuanto nos propusiéramos…
Siempre recordaré como uno
de los momentos más felices de mi vida, la satisfacción en la cara de mi padre,
la incredulidad por lo que había vivido aquella noche en primera persona y el
más absoluto convencimiento de que podríamos lograr nuestro propósito.
Aquella noche, más de uno,
durmió como un angelito… Entre ellos, yo.
Continuará...
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