lunes, 25 de julio de 2022


 

A mis hermanos de San Gonzalo...

Esta mañana, bajo el naranjo

De la avenida de Coria

Con la mirada y la memoria

Perdidas, los ojos enturbiados

Por la melancolía y el corazón

Y el alma a mil por hora…

Este pobre y viejo sesentón,

Casi a escondidas, tras las gafas

Y bajo la gorra a modo de mascara.

A solas y entre una ola de recuerdos

Que pugnaban por gritar en mi garganta

Así, sin atreverme ni a acercarme,

De lejos, miraba a los afortunados

Que más pronto que tarde…

Podrían vivir la gloria de estar bajo el paso.

Allí, a solas, recordando aquellos días

En los que después de trabajar,

Más que correr, casi volaba

Hasta mi barrio, hasta mi casa…

Donde desde la noche pasada,

Pacientemente me aguardaban

El macuto y las zapatillas,

Mi chaleco azul, mi faja y mi costal

Y otra vez a correr…Para poder entrenar

O para poder hacer la mudá.

Con la cordura, entre recuerdos, casi perdida…

Mis ojos se pierden en el infinito

Espacio tras el portalón que atesora

El sacro objeto de mi gran amor perdido…

Compitiendo con el sol que llena una avenida

Que el tiempo se ha encargado de borrar

De mi memoria y mis sentidos,

Me parece que fuera ayer mismo

Cuando el capataz nos citaba

A las nueve y media y pacientemente

Aguardaba a que fuéramos más de veinte

Los que estuviéramos en el Casimiro…

Y así, medio poder completar la igualá…

Después, tras los momentos de espera

Que cada uno llevábamos a nuestra manera,

Llegaba el momento de la verdad.

¡¡¡ Pacheco… ¡Que voy a llamar…!!!

Un martillazo seco y el paso… A volar.

Notando como cuando caía el paso

Nos llevaba a la gloria de Parnaso…

Como calaba en aquellos jóvenes corazones

La sensación agridulce de ser niños-hombres…

Cuando todos a la vez y a base de casta y de fuerza,

Conseguíamos llevar casi al cielo la trabajadera.

La faja en su sitio, la ropa bien puesta…

La llamada del martillo, exigiendo

El esfuerzo máximo a nuestra naturaleza.

Descubrir entre sollozos, el disfrutar sufriendo…

Que poco importaba todo, ni la hora de acabar

Que mañana es jueves y hay que trabajar…

Ni la hora a la que abre la estrellita, el pequeño bar

Donde casi siempre acabábamos desayunando…

Un café y una copa de aguardiente, bálsamo celestial

Que eclipsaba el cansancio, la inquietud

Y los temores, que todo lo podía nuestra juventud…

Y en algo, endulzaba un poco, la lamentable realidad

De ser muy pocos bajo un portentoso paso…

Que, en cada entrenamiento, intentaba doblegarnos. 

Así nació en nuestros adentros

El inenarrable sentimiento

Que nos impulsaba a seguir allí abajo…

Bajo el paso de nuestro Soberano…

Sin relevos, una llamada tras otra…

Tú, empujando mientras el paso te empotra

Contra el suelo, mientras gota a gota,

Con el sudor escribías la historia

De una cuadrilla que siempre estará en mi memoria… 

Mientras para aliviar la sed, nuestro aguaor…

Nuestro Juanele, con el jarrillo de lata, 

Cantando el ¡¡ Ay niña…!! Como el mejor tenor

Las veces que se acercaba,

Nos daba un poco de agua.

Y así, día tras día… todas las semanas.

Hoy todos aquellos costaleros,

No somos más que un viejo recuerdo….

Con el alma llena de cicatrices y el cuerpo

Sin aquella vitalidad que nos hacía parecer de acero.

Viejos… Sí, pero con el corazón satisfecho…

Y la mirada perdida en algún secreto y arcano sendero,

Porque asomados a los balcones del cielo

Estarán mirando todos aquellos hombres buenos,

Compañeros de tardes y noches de gloria…

Que contribuyeron a escribir esta historia…

Y que dejaron esta vida al compás de un izquierdo eterno,

Llevando por escudo su hombría de bien y un costal,

Para a la voz de Su capataz, poder entrar en el cielo

Sobre los pies, como lo hacen los hombres buenos.

No lo olvidéis hermanos. Desde el cielo os están viendo.

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